LA HUIDA DE FEBRERO
Me gusta terminar febrero. Es un mes delicado con los principios de año y nos acorta en unos días el maltrecho bolsillo, tanto económico como emocional, para adelantar el final de cualquier invierno que siempre tiene su propio demonio. Sí, me gusta terminar este mes de amores y candelarias para apresurar las azucenas y los jazmines que, iniciando su místico viaje de fragancias, enaltecerán las mil primaveras más que deshojaba Castelao. Pero especialmente agradezco terminar este febrero por su numerología letal de víctimas de esta pandemia, que sigue reportando demasiado dolor aunque parezca que ya no nos hiela la sangre.
Hemos pasado de puntillas esta segunda mensualidad del nuevo año con el conocimiento de las consecuencias de nuestros quehaceres diarios, de sabernos menos responsables a pesar de los contornéos que nos llevamos para querer evidenciar cierto hartazgo de esta vida que nos ha tocado lidiar. Un día detrás de otro para resistir ante la realidad de que nada volverá a ser igual para muchos que, más allá de la enfermedad, necesitarán rechinar sus dientes ante el cierre de sus negocios o la incertidumbre de sus cuentas para este año que todavía amasa su final.
Mientras tanto, asumimos, ya con cierta desazón, que nuestros representantes políticos nos hayan vuelto a mostrar el lado más negacionista de los prioratos partidistas, donde los acuerdos necesarios quedan siempre detrás del portazo de turno para seguir enquistando la peor llaga que sigue desangrando demasiados futuros. Sigue siendo más goloso un titular que hable de las trifulcas constantes de unos y otros que los posibles acuerdos que siempre quedan embarrados en esa expresión tan grotéscamente nuestra de bajarse los pantalones... A pesar de nuestra democracia plena, deberíamos reconocer, en algún momento, nuestra versión excesivamente futbolera de ella.
Febrero nos dejó un encarcelamiento por una más que cuestionada creación musical, para terminar con ciertas regularizaciones monetarias con el fisco que, por su montante, admitamos nos queda muy lejos de nuestros bolsillos. Y claro, exponernos a estas comparativas nos deja un recelo ante los caminos que vamos completando. Al que más o al que menos, esta agenda de hechos encadenados día a día nos trastabilla el equilibrio social del que todos alardean, pero muy poco defienden.
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