EL SILENCIO CONSTRUCTIVO
Recordaba un amigo en estos días una frase de Abraham Lincoln que resume parte de lo que debería ser una actitud de dignidad personal: “el hombre que no investiga las dos partes de una cuestión, no es honrado”. Todo un punto y seguido a este aprendizaje vital que, sinceramente, arrancaría parte del desaguisado emocional en el que se ha convertido el intento de saber qué está pasando.
En algún lugar nos hemos dejado la mochila de nuestro pasado para beber cierta sinrazón deliberativa de eso que llamamos la actualidad informativa. Posiblemente, parte de este error de bulto se deba a esa obtusa obsesión en la que han entrado muchos medios de comunicación para abanderar el sesgo más vendible de la interpretación de lo que nos pasa. Un puntal para agrandar el propagandismo insaciable de las posiciones políticas cuyo objetivo, casi único, es arrasar a contrincantes de mayor o menor pelaje. Tanto nos adjetivan diariamente los hechos que al final del mensaje informativo, nos sobrevienen aún más dudas sobre esta realidad que, nos guste más o menos, nos ha tocado vivir y, en todos los casos, lidiar. Todo un paradigma de la comunicación que nos hemos dedicado a embrutecer entre los ruidos propios del canal que la propaga, convirtiendo al ciudadano en mera correa de transmisión como pregoneros, divulgadores, el tonto útil de esa barahúnda diaria del universo mediático.
Tengo la sensación de que empezamos a encajar con demasiada normalidad las explosiones de escándalos que gobiernan los titulares de esa agenda con la que nos abofetean cada mediodía, a modo de parte de guerra, desde las mesas estratégicas de los despachos, despreciando con cierta insidia la cotidiana realidad que, como mucho, comentaremos con el vecino antes de subir en el ascensor, por esto de las medidas de distancia contra esta pandemia que nos iguala en desgracias.
Tanto es así y tanto hemos olvidado esa parte importante de la comunicación pública que comienza a tener cierto desarrollo innovador el periodismo constructivo. Todo un esfuerzo en reconocer conflictos y problemas sociales para investigar posiciones y sus posibles soluciones. Una consideración de cambio en nuestro dietario que significativamente nos haría más fácil esta obligación de tomar posiciones ante nuestros quehaceres cotidianos. En verdad, nada de todo esto es novedoso. La responsabilidad social de la información se anida precisamente en esa capacidad de trabajar por la veracidad de los hechos y evidenciar las soluciones o errores.
A pesar de las buenas intenciones de este buen periodismo, nada de todo ese esfuerzo resultará positivo si nosotros, como sociedad, dejamos a un lado del camino nuestra propia responsabilidad de investigar las dos partes de una cuestión, una imprescindible actitud para abanderar cualquier iniciativa de libertad. Ahora que regresa ese conocido rezumar de las estrategias del marketing político, a pesar de nuestra situación sanitaria, volveremos a ver como se estruja en eslóganes dicharacheros el debate social.
Sería interesante sobreponernos a nosotros mismos y buscar nuestra propia honestidad como parte de esa ciudadanía que se aletarga fácilmente ante la astucia narrativa de las candidaturas de turno. Por una vez lograríamos algo que también se recuerda del expresidente norteamericano cuando afirmaba que “hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios”. Y este sí que sería todo un logro colectivo en el paradigma de la responsabilidad constructiva que nos obliga como sociedad imprescindible.
Si se pudieran sellar los labios de todos los políticos, medios de comunicación y tertulianos durante un mes, la situación anímica de este país seguro que cambiaba.
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