LA INJUSTA VERDAD
Sostenía Paul Auster, en sus conversaciones con la profesora danesa Siegumfeldt, que “ d ecir la verdad y que no te crean es casi la peor injusticia que existe”. Y en esta sociedad tan injustamente consentida empieza a ser todo un acto heroico la búsqueda de la trazabilidad de los hechos para conseguir la veracidad de las opiniones. En algún momento olvidamos al lado del florero la necesidad de adiestrar el pensamiento crítico frente a la virulencia de las palabras más allá del respeto. Reconfortamos la adjetivación de los hechos para dejar una vía de agua por donde arrastrar la especulación de las realidades que refuerzan el esperpento de la crispación. Reconozcamos que el debate político hace tiempo que naufraga en retahílas de parte donde se reduce al insulto bajo el pseudónimo de la desinformación. Todo un plan encubie rt o en el que la verdad nunca se demuestra y la mentira vive plácidamente en el lecho del río que siempre suena. Es verdad que la ciudadanía sigue siendo la