PARTIRSE LA CARA O LA VIDA

 


“De pronto, se produjo una extraña circunstancia de esas que determinan el destino de las naciones, porque cuando una multitud pierde el miedo a un ejército, el mundo cambia”. Así lo expresaba Salman Rushdie en “La encantadora de Florencia”, por ese indomable movimiento social que, de vez en cuando, alimenta las historias de todos. Siempre es necesario un pequeño corpúsculo de conciencias que abaraten la movilidad de las responsabilidades individuales para reafirmar que las minorías pueden abanderar esas mayorías silenciosas que acumulan rabia y descrédito de su presente. En esa espiral diaria, siempre tan activa para acallar y pasiva para el hacer, simplificamos tanto el discurso que hasta somos capaces de desacreditar a los de siempre que ponen su cara y su vida en la defensa de eso que llamamos pluralidad social. Entristece comprobar que desde las atalayas de los micrófonos con más cuota de pantalla ridiculicen, entre sonrisillas de desprecio, a quienes toman nuestras aceras por unas horas para reivindicar derechos colectivos que, al fin y al cabo, aprovecharán hasta quienes enmascaran su narrativa politizada a costa de propósitos privados de poder. La diferencia es que quienes dejaron su tiempo, su esfuerzo y su vida para manifestar la necesidad de derechos para todos y todas, terminan etiquetadas desde la poltrona cómoda y monetaria del calor mediático. Todo un modelo de usos y gratificaciones que empodera la imagen del entronado para reírse de quienes terminan volviendo a casa en el metro con su reivindicación bajo el brazo. Mientras unos regresarán al día siguiente con el formulario de turno y estudiarán su correcta declamación, otros retomarán las reuniones con aquellos que continúan en la cuneta del sistema. A diferencia de lo que asevera La encantadora de Florencia, empezamos a digerir ese rechazo por las demandas sociales que deberían estar más llenas que nunca de manos solidarias por aquello que hemos vivido en los últimos tiempos. Ya no se trata de una sanidad, de un alquiler asequible o de garantizar una enseñanza pública. Se trata de remover objetivos para no volver a ver una sanidad saturada, el cierre de escuelas o seguir viviendo en zonas tan tensionadas en todo que se hace insufrible vivir allí.

Por su parte, los medios de comunicación, tan afanados en hacer seguidismo a cualquier estrella política, son capaces de buscar la exclusiva en un paseo concertado con quien protagoniza lo más chusquero de la patraña y silenciar a quienes esperan en la puerta del juzgado las denuncias por protocolos de exclusión.

Por nuestra parte, parece que siempre esperamos esa extraña circunstancia que determine la ruptura con nuestro inmovilismo social. Una extraña circunstancia que viendo lo que tenemos, nos volverá extraños contra nosotros mismos.

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