LA INJUSTA VERDAD

 


Sostenía Paul Auster, en sus conversaciones con la profesora danesa Siegumfeldt, que “decir la verdad y que no te crean es casi la peor injusticia que existe”. Y en esta sociedad tan injustamente consentida empieza a ser todo un acto heroico la búsqueda de la trazabilidad de los hechos para conseguir la veracidad de las opiniones. En algún momento olvidamos al lado del florero la necesidad de adiestrar el pensamiento crítico frente a la virulencia de las palabras más allá del respeto. Reconfortamos la adjetivación de los hechos para dejar una vía de agua por donde arrastrar la especulación de las realidades que refuerzan el esperpento de la crispación. Reconozcamos que el debate político hace tiempo que naufraga en retahílas de parte donde se reduce al insulto bajo el pseudónimo de la desinformación. Todo un plan encubierto en el que la verdad nunca se demuestra y la mentira vive plácidamente en el lecho del río que siempre suena. Es verdad que la ciudadanía sigue siendo la garante de la crítica que prevenga el alboroto frente a los hechos. Y en esa batalla diaria contábamos con los medios de comunicación que militaban a nuestro lado para dar resonancia a ese susurro público que sabía poner freno a las campañas de desintoxicación señalando el absurdo y el mensaje esencialmente partidario. Al mismo tiempo hemos supeditado los valores democráticos de la discrepancia y el acuerdo a la polarización y la discordia. El resultado, nuevamente, nos hace repetir nuestros propios pecados como sociedad, donde se enaltece la crispación y el enfurecimiento para abrir la caja de Pandora.

Al final somos culpables de nuestra insípida destreza con la supervivencia personal y de seguir envalentonando posiciones de parte con las que poder justificar las campañas de unos cuantos bajo la frágil estrategia de la búsqueda de la verdad. Tanto es así que cualquier frase sacada de contexto puede conllevar una crisis entre estados más allá de la certeza de las razones. Y mientras reposicionamos nuestra convulsión partidista, rearmamos la campaña de victimización de no pocos verdugos.

Lo estúpido de todo ello es que al final, mientras abrimos todos los jarrones posibles y escapan cada uno de nuestros propios quebrantos sociales, nos quedaremos pasmados al comprobar que en nuestras manos ya no tenemos nada.


Puedes escucharlo en www.lavozsilenciosa.net





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