LA AMENAZA DE LA IDENTIDAD
Reconozcamos que se nos va a quedar este meridiano anual con una sensación de actividad pública y colectiva que parece llevarnos a una espiral de cambios y recambios sin fin. Y, verdaderamente, empieza a notarse una cierta extenuación a la hora de chequear demasiados titulares que tienen las horas contadas en el mismo día. Las citas electorales, las campañas propias de los diferentes estrategas políticos, la geopolítica externa incesante… demasiados hemisferios para centrar una visión homogénea de nuestra propia realidad. Y si pasamos a la parte analítica de la actualidad, es incesante el sentimiento de contradicción y especulación que, en lugar de aclarar posiciones, nos entretiene en un facilón diagnóstico de parte donde descansar nuestra propia conciencia. Hace tiempo que parece que nos conformamos con recibir la dosis diaria de argumentarios que nos abaraten la obligación de conformar nuestro pensamiento crítico de acuerdo a ese imprescindible aprendizaje ético e ideológico en la cultura de la democracia. Un compromiso social de valores fundamentales que modelan la vigencia de una ciudadanía con identidad propia. Deshacernos de este quehacer debilita nuestra estabilidad, dejando una fuga por donde vaciar nuestro arrojo como sociedad que sabe transformarse en mejoras colectivas e integrantes. Eso sí, gracias a ello nos estamos acostumbrando a escondernos en nuestros propios valores privativos dejando el camino demasiado obvio a los vendedores de esa identidad amenazada que siempre termina con el señalamiento del contrario. Flaco favor a la integridad social que no sabe de fronteras ni de orígenes por aquello de incorporar la diversidad desde todos los puntos de vista.
Por otra parte, es cierto que el mayor o menor compromiso con nuestra democracia deja resultados enrevesados que cuestionan a nivel general las propias estrategias partidistas para empujar a nuevas soluciones creativas tan alejadas de los pesebres de la política actual. Hay una advertencia irrenunciable de Albert Einstein que refuta este tiempo tan hueco de soluciones a pesar de enfatizar diariamente en los contratiempos: “no podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos”. Y, ciertamente, a pesar de las numerosas tácticas políticas, olvidamos la necesidad de redefinir opciones para salir de los dilemas. Reafirmamos demasiados dogmas propios y de parte para seguir purgando una realidad que va más allá de los propósitos sofisticados de la teoría, dejando una práctica tan ineficaz que olvida la realidad que nos rodea. Lo malo es que mientras nos preocupamos de nuestra individual identidad tan sentidamente amenaza, olvidamos la maldición de nuestra propia historia.
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