EL HARTAZGO SILENCIOSO

 


Tras la última cita con las urnas en clave andaluza, podemos columbrar que nos dejarán tranquilos hasta después del verano en este ariete con cascabel donde diariamente nos fustigan con todo tipo de análisis partidistas sobre quienes nos representan, con mayor o menor nivel. Una sensación impasible ante realidades que se alejan continuamente del frenesí que significa ir a votar para dejar en cada elección a demasiada población en las orillas del hartazgo. Demasiados estudios monolíticos del recuento electoral para, como si no existieran, dejar al final arrinconados en un silencio torticero a esa parte del electorado que hace mutis por el foro y ni se acerca a olisquear las papeletas. En los siempre esperados barómetros donde miden mensualmente nuestro grado de sonrisa o mueca social, comienza a ser mayoritario ese hartazgo del que humildemente y semana a semana reivindico entre líneas en este espacio pequeño de la narrativa del tiempo. Los niveles de abstención llevan demasiado tiempo arrojando esa parcialidad de ánimo que tanto notamos en las calles que saben a trabajo cotidiano y anónimo. Mucho se habla en este país de las cervecitas libertarias y patrióticas para, a posteriori, dejarnos en cueros si queremos acceder a una vivienda, por ejemplo. Mucho recetador de medidas económicas para vapulearnos después con esa cultura de la resistencia anclada en el sálvese quien pueda. Llevamos casi medio año de fatalismo futurible donde vuelve a sacar cabeza esa insufrible cultura del esfuerzo que es la segunda parte de aquello de vivir por encima de nuestras posibilidades. Reconozcamos que estas dos décadas del nuevo siglo nos están haciendo resistentes a demasiadas desdichas y, por ende, se nos hace difícil rodearnos de esa esperanza infalible tan propia de sociedades vigorosas con su realidad. Mientras tanto, en lugar de reforzar la sabiduría del encuentro y el acuerdo, debilitamos esa hermosa virtud de arrimar el hombro. Ahora que se lleva tanto sacar pecho de la estirpe patriótica, deberíamos sucumbir a la reflexión de si podemos vivir por encima de tanto tiberio partidista que desfonda la comprensión de cualquiera de nosotros. Seguimos etiquetando adjetivos para fraccionar a una ciudadanía excesivamente hambrienta de soluciones. Todo un simbolismo de esta época que sabe demasiado a epíteto frente a la honestidad de sus gentes. Ya lo decía el escritor Mark Twain “la honestidad es la mejor de todas las artes perdidas”. Y con tal carencia de principios tan básicos, consideremos que el camino se nos estorba demasiado abrupto. A pesar de silenciar a quienes ya se silencian en el rincón de la hartura, seguiremos escuchando ese runrún continuado y bronco que sabe más a métrica electoral que a esfuerzos colectivos. Lo malo es que con tanta desmotivación algunos nos convencerán de una nueva distopía para hacerle alguna jugarreta a la historia.

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