LLEGANDO TARDE

 




Los ancianos somos nosotros, dentro de poco o de mucho tiempo, pero si seguimos pisando esta existencia, irremediablemente hasta ahí llegaremos. Eran unas palabras que me encontré hace unos días de una catequesis de 2015 impartida por el papa Francisco. Y debo reconocer que esta obviedad, como tantas otras que nos rodean en esta actualidad nuestra, nos sigue poniendo en el espejo de demasiadas frustraciones que alimentamos cada día. Y en esto llegó nuestro querido Mariano para decirnos que la gestión de las residencias de mayores deja mucho que desear. Como ocurre en todas las denuncias anónimas que se aúpan rápidamente en las redes sociales, el apoyo público es inmediato y ahí estamos compartiendo la delación que terminamos corporativizando todos. Y debo reconocer que escuchando a Mariano estalla la pasividad que parece atarnos en estos tiempos tan deteriorados de verdades y decrépitos de solidaridad. Llegar a los 80 años para tener que pegar un par de golpes en la mesa es bastante decepcionante. Y mucho más cuando esa denuncia se hace tan vital porque tiene que ver con su supervivencia en niveles de calidad que rayan los límites del suspenso. La mayoría de nosotros hemos tenido o tenemos alguna relación con las residencias de mayores. Por familiares o amigos o hasta por trabajos puntuales en cualquiera de sus centros. El día a día es especialmente monótono y solo interrumpido por las anheladas visitas a los residentes, aire fresco para tener algo nuevo que contar a sus compañeros. Los profesionales que acuden con demasiadas condiciones precarias intentan dejar lo mejor de ellos mismos en esos horarios en los que, aunque sea por unos minutos, serán los protagonistas de las vidas de tantos de nuestros mayores. Desde la tropelía de la maldita pandemia, no hemos dejado de tener noticias de estos últimos hogares de la ancianidad. Se nos queda en el olvido el exceso de mortalidad en estos centros y desoímos las denuncias de las asociaciones de familiares que, más allá de la vivencia pandémica, nos intentan explicar la precariedad de un servicio que si llegas tarde ya no tiene remedio.

Hay demasiados Marianos enfundados en sus ganas de seguir siendo una generación luchadora que arriesgan su tiempo de tranquilidad para denunciar situaciones que no deberían producirse ni un solo minuto. Hay demasiada gente que se manifiesta cada día por diferentes calles de nuestras ciudades para exigir que se cumpla con la ley y la normativa sociosanitaria en nuestro país. Y hay un colectivo de trabajadores que lleva demasiado tiempo aguantando la falta de medios para intentar que la estructura no se derrumbe. Y una vez más, las instituciones públicas que cuentan con un completo armazón de cargos y subcargos llegan tarde en la advertencia para subsanar y corregir las malas praxis. Será como dice la escritora estadounidense Karen Joy, “llegar tarde es una forma de decir que tu propio tiempo es más importante que el tiempo de la persona que te espera”. Y de tiempo, Mariano y todos sus contemporáneos tienen demasiado en sus espaldas para que no se les tenga en cuenta. A lo mejor es el momento de recordar a quienes nos piden nuestra atención para convencernos de sus circunstancias políticas y exigirles la escucha de nuestra propia mayoría que sigue siendo la vital de cada uno de nuestros días.



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