ENTRE LAS CUERDAS

 

Desde las fábulas de Esopo hasta nuestra época, se repite una cita que parece reafirmar estos tiempos que empezamos a soñarlos más que a vivirlos. Aquello de que “los dioses ayudan a los que se ayudan a sí mismos” ya no reconforta tanto como el “sálvese quien pueda” que rechinamos todos los días ante cualquier expectativa futurible.


Dejamos atrás una semana resuelta entre cifras a las que les toca bajar, mientras subimos las que saben de pérdidas irreparables entre la vida y la muerte. Parece que empezamos a acostumbrar nuestro deambular con aquello que hiere lo vital de cada uno de nosotros y culpar al primero que se nos ponga a mano justificando nuestra falta de solidaridad con el colectivo del que, nos guste o no, seguimos dependiendo estrechamente.

Así nos lo han contado, nuevamente, en esas fiestas televisivas tan de moda para darle contenido a cualquier llamamiento electoral que se precie. Lo interesante es que tras varias horas de discusión incisiva, o no, vaya usted a saber, y tras el esfuerzo de seguir atento a todo ese espectáculo, te vienen a hacer el resumen en un titular que siempre premia más el exabrupto que el proyecto que ofrezca cada uno de los candidatos. Y de tanto resumir, podemos entender que un desbordante número de ciudadanos repercutan en la democracia demasiada ansiedad. El ámbito partidista derrocha mucha simpleza entre lo bueno y lo malo, entre el blanco y el negro o entre cualquier dicotomía que le venga bien para refugiar la sosería de argumentos bajo ostentosos posicionamientos de parte y jugar, una vez más, a tensionar las velas de la convivencia jalando irresponsablemente los cabos que las orientan. Ciertamente, la pandemia que sufrimos pudo ser una buena oportunidad para recuperar silencios y energía. Hasta era una opción vital para derrochar algo de sapiencia hacia esta democracia que, nos guste o no, depende de nuestro trabajo diario para que siga creciendo. Demasiados borrones dejamos en su estancia para seguir hinchando el pecho con vítores vacíos de entraña. Poco nos ayudamos a nosotros mismos para que venga la deidad democrática a limpiarnos la cara. Y a pesar de las evidencias, hay que advertir que los argumentarios comienzan a mezclarse entre los extremos de ese cabo de tal manera que, de tanto tensarlo, alguien o algo puede salir dañado. Todo un resumen de este quehacer social que poco nos depara y tanto damnificado deja en el camino. Mientras unos aspiran a mejorar esta necesaria apuesta por la convivencia, otros retuercen el brazo para forzar mucho más este quehacer desmedido de palabras ingratas. Y así seguirá la ceremonia de la tragicomedia de este vivir que olvida los esfuerzos de la ciudadanía y atiza donde más duele a la concordia. Toda una diversión donde seguirán riéndose los de siempre y con la mueca torcida los que cada mañana nos vemos frente a frente en el autobús.

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