LA SABIDURÍA DEL SILENCIO
Ya decía William Shakespeare que “es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”. Todo un hábito mal perdido en esta actualidad que tira de hemeroteca, tan de moda, para seguir con la batalla campal de la estrategia política de turno. Reafirmando que nada nos ha cambiado a pesar de la tragedia diaria que vivimos, parece que nos hemos zambullido en el estercolero de la simpleza diaria tecleando los argumentos a golpe de titular. El problema radica en que quien nos intenta convencer de cualquiera de los márgenes ideológicos que empuña y elabora, disfraza sus propios desiertos incoherentes para seguir amordazando lo evidente con ruidosos exabruptos de contrincantes matasietes en un lúgubre ring. Toda una estirpe de parlanchines que sonríen a la cámara para espetar con ahínco lo guapos que son y esas expresiones tan de andar por casa en nuestro argot modernista.
Mientras unos rechinan entre divergencias de gobierno, otros escupen al pasado que ya sabemos siempre vuelve. Como las hormigas, blancas o negras, el pretérito de nuestra historia más reciente retorna al presente de vez en cuando para reunirnos con lo que fuimos y con lo que obviamos de nuestra exigencia ética hacia quienes nos gobernaron. Por otra parte, y aprovechando estas circunstancias pesarosas de la vida que nos ha tocado lidiar, el que más y el que menos arrea un buen tono ruidoso donde, como siempre, quede el listillo de turno para llevarse unos segundos más en el panel mediático.
En una semana hemos pasado de exigir torticeramente un informe no vinculante del Consejo de Estado sobre los fondos europeos, que por tratarse de un Real Decreto Ley no es preceptivo, a seguir por enésima vez enredando entre asuntillos de conciliación familiar de algún miembro del gobierno con su protoniñera y un nuevo capítulo de aquel personaje que en algún recodo de un lejano listado subrayado en amarillo se quedó sin nombre por mor de unas iniciales un tanto confusas. Un pestífero asunto de corrupción con nuestros dineros en danza entre tramas que, además de ensuciar, monetizan el desarraigo hacia algo tan valioso como es nuestro sistema democrático. Reconozcamos que entre los datos de esta maldita pandemia, que cada día tiene una variante más turbadora, y el griterío del hemiciclo vital de nuestros representantes, nos queda siempre una semana de lo más desamparada de mañanas.
Parece que hemos perdido la ocasión para saber escuchar y exigirnos más preguntas. Era una buena oportunidad, ahora que nos acercamos más al mirar de reojo, para entorpecer el exceso de facundia verborreica y desconectar de ese trallazo, al estilo de un youtuber, que, como una espiral, se repite diariamente. Ya lo recuerda la cosmovisión de Friedrich Nietzsche, denotando aquello tan de filósofo cuando decía que “el camino de todas las cosas grandes pasan por el silencio”. Si fuera así, creo que la mayoría podríamos seguir teniendo esperanza y nuestros silencios serían un buen motivo para que nos tomaran en serio.
Me gustaría escuchar el silencio de nuestros políticos para poder centrarme en leer sus pensamientos y sentimientos.
ResponderEliminarEse es el problema. Demasiado ruido y por tanto, cada uno se queda con los suyos.. .Nada enriquecedor. Gracias, Pascual
ResponderEliminar