EL RETO DE LA HONESTIDAD
Decía Marco Tulio Cicerón que la honradez se manifiesta en el cumplimiento de las obligaciones. Esa cualidad que abarca más allá del qué para aterrizar en lo imprescindible del cómo. En este tiempo de reactivación de nuestro día a día, es especialmente importante desgranar nuestras formas por aquello de evidenciar la verdadera honestidad. Y más en este clima de imagen superlativa donde exponemos demasiado el qué de nuestra actividad sin verificar ese camino que transitamos entre tanto postureo. Una acción que repercutimos en nuestras posiciones sociales como un escaparate de maniquíes donde se etiqueta lo más anecdótico y deja vacía nuestra imprescindible conciencia.
Algo así pasa con nuestro compromiso corporativo con la sociedad que sustentamos y nos sustenta. Reagrupamos apariencias entre el merchandising partidista sin más objetivo que seguir aireando la jugada entre enfrentados gestores de nuestra estirpe. Olvidamos el cómo de las acciones dejando en el olvido nuestra propia realidad. Nada coincide entre el objetivo y el esfuerzo para dejar debajo del brazo el verdadero valor como resultado. La honestidad, como esfuerzo obligatorio sobre nuestras decisiones, queda olvidada entre tantos intereses particulares con un denominador común, lo importante es la victoria sobre el contrincante, sea como sea. Sin embargo, con una simple mirada a lo dejado atrás es como podemos verificar, entre desalientos, la suciedad tan simplista entre mentiras o medias verdades, que casi son las peores.
Poco llevamos de este ciclo que casi sabe más a inicio de año que en el propio diciembre, donde todo parece nuevo pero que en una semana se ha ensombrecido con el mismo estilo de siempre. Tal vez sea necesario volver a reivindicar la honestidad como esencia de la acción. Y en ese trabajo que aceptamos cada madrugada se encuentra la entidad de nuestro verdadero apogeo social y la propia salud colectiva. Ya lo decía también el buen retórico romano, que la conciencia propia tiene más valor que la opinión de todo el mundo, porque en esa diferencia se encuentra la decencia de nuestra propia esperanza.
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