LA CEGUERA

 


Me recordaba un amigo aquella reflexión de Saramago sobre el dicho tan recurrente del pasado que pasado está y que calificaba como falso porque “ciertamente, el pasado no pasa nunca, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos… somos la memoria que tenemos”. Una reflexión intensa sobre la verdad de lo que seguimos siendo. Tanto es así que lidiamos diariamente con ese presente que rodeamos con demasiadas esperanzas, y al final se convierten en demasiadas cajitas de Pandora para dejar en el pasado otra nueva decepción. Con la entrada de este tiempo cada vez más cercano al invierno, debo reconocer que se quedan demasiadas luces de gas para reponer constancias positivas a ese futuro que apostamos en exceso. Durante esta semana quedaron casi en tablas con las nuevas medidas sobre el cambio climático y sus consecuencias en nuestro planeta. Algo tan importante para nuestra existencia que no ha ocupado ni un solo primer titular en esta agenda de la actualidad. Mientras tanto, nos reímos de chascarrillos de micrófono sobre la verosimilitud de tanto alarmismo para seguir echando un capote a los intereses industriales de los de siempre. Poco nos pasa cuando alimentamos la necedad frente a la solidaridad con nosotros mismos y, lo más importante, con nuestros descendientes.

Y como todo pasado, ahí quedarán los quebrantos a posiciones comunes que siempre nos hacen fuertes para repostar gasolina al enfrentamiento de todo y con todo, no sea que hagamos algo bueno con las decisiones. En verdad, sigue siendo un nuevo eslabón a nuestra caótica existencia donde reparamos algunos minutos en el debate para dejar la puerta abierta al descrédito de los argumentos y los datos que nos darían algunas claves para el mañana. Lo peor de todo esto es precisamente la reflexión de nuestro nobel portugués sobre esa memoria en la que nos convertimos todos nosotros, acunada en ese pasado que tanto queremos olvidar pero que es el único que permanece a nuestro lado. Posiblemente ese será uno de los motivos por los que chirriamos tanto con iniciativas que tengan que ver con otros pasados y sufrir el engaño de lo futurible como cierto.

En el mirar, aunque sea de reojo, de lo que hemos sido y vivido se encuentra la base de todas las certidumbres por vivir, y en ellas todavía nos queda la salvación de no repetir la historia social y personal. Mientras tanto, me quedo con la pregunta que nos dejó Saramago, allá por 1995, sobre cúantos ciegos serán precisos para hacer una ceguera. Lo malo será descubrir que la oscuridad será el menor de nuestros males.

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