LA EMBRIAGUEZ DEL ESCEPTICISMO
Estamos a punto de comenzar ese tiempo de descanso donde santificamos algo más que unos días de asueto. Es el momento de ir frenando tanta esclavitud con los horarios y arrinconar por unas jornadas este deambular por las mismas calles con sus equivalentes orígenes y destinos. Nos apuntan que, por fin, podremos regresar a esa normalidad que tanto añorábamos y que los sectores que agrandan nuestro futuro con el turismo y los desplazamientos, parecen bastante optimistas. Algo es algo, como diría mi contertulio de café en estos tiempos tan desesperanzadores que agrietan este quehacer con la vida. En definitiva, retomamos esas iniciativas que tanto hemos recordado ante excesivos acontecimientos que nos han dejado demasiado tiempo en casa con ese saborear desmedido de podredumbre antisocial. Es cierto que nos hemos defendido de la invisibilidad de los provocadores de enfermedades, pero también hemos dejado de reconciliarnos con este mundo que tan ingratamente parece tratarnos en la última década. Demasiadas cosas hechas que, como un boomerang, erosionan el regreso a los valores importantes que saben más de ingratos resultados, que del valor por no cruzar desmesuradas líneas rojas. Ya lo decía el filósofo pesimista Emile Cioran cuando apuntaba que “podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar”. Y pesarosamente, seguimos sin esa certeza para evitar males mayores, daños inasumibles y desdichadas consecuencias que necesitarán siempre de costosos arreglos ante demasiadas pérdidas irrecuperables.
Vivimos en antesalas para recibir diariamente indisimulados mensajes que arrecian la actividad frenética con sobradas acciones que saben más de la ultrapolaridad entre frentes que de la necesidad de reubicarnos libremente, cada uno de nosotros, entre la colectividad que seguimos siendo. Todo un punto de partida para, por el bien colectivo, no salir afectados y esquivar la vorágine de las burbujas egotistas en una sociedad que lo es per se. Un fracaso absurdo en nuestro quehacer que nos deja siempre ese saldo oscuro de lo que podíamos haber evitado.
Mientras tanto, continuamos en nuestra espiral silenciosa donde abominar del pensamiento contrario para seguir enquistando nuestro propio parecer y desmentir cualquier duda sobre los hechos y sus comentarios. Cacareamos demasiados dogmatismos para evitar cambios en las posiciones y reponemos los monolitos que nos alejan de las dudas diarias a cambio de refugiarnos en esa apatía que, como decía Cioran, nos aboca al escepticismo como “la embriaguez del atolladero”. Todo un escollo que todavía tenemos que pagar.
Para mi en estas fechas llega el gratificante y a la vez agotador trabajo con las cometas.
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