MANOS QUEMADAS
Hay un dicho muy nuestro, que para eso somos un país de mucho direte, que se usa en nuestra agenda setting con mucha ansiedad diaria: eso de poner la mano de uno en el fuego ante cualquier duda sobre los nuestros. Esa fe ciega que sobrepasa al dogma más religioso para el deleite de nuestro sesgo más espiritual. Precisamente por eso, pasar a ser ciegos ante los hechos me parece uno de los grandes sacrilegios a la racionalidad de aquellos que tanto enorgullecen sus actos desde la gestión de lo de todos. Decía Pitágoras que “la mayor de las imprudencias es dar hospitalidad al malvado”. Y en nuestra sociedad hemos construido una cueva excesivamente grande para justificar cualquier hecho que no nos venga bien para seguir en el mismo atolladero nocturno de las tinieblas. Es cierto que poner la palma de la mano al abrigo del partidismo interesado se ha convertido en una de las columnas vertebrales no solo de la política, sino de cualquiera de los poderes tradicionales de nuestra democrac