TALENTO DEMOCRÁTICO
Decía el recordado escritor Francisco Umbral que “el talento, en buena medida, es una cuestión de insistencia.” Una realidad que podemos aplicar a la totalidad de nuestras virtudes pero también de nuestras desdichas. Este otoño desacelerado en lo meteorológico parece describir una agonía social en la que persisten diariamente demasiados mantras. En el ámbito sociopolítico nacional podríamos parafrasear al polígrafo madrileño afirmando que la democracia, en buena medida, es una cuestión de insistencia. Tal vez, nuestra actualidad tan hiperbólica comienza a carecer de insistencia por la querencia imperiosa a una especulación constante donde poder recomponer partes de un todo en polos opuestos. Una acción demasiado arriesgada con la que pueden salir por los aires las piedras angulares de cualquier sociedad basada en la justicia y la libertad. Desgraciadamente estamos empezando a asumir los excesos que saben a pasados oscuros, donde el pensamiento único de unos pocos quiere alardear las voluntades de muchos. Siempre ha sido más difícil gestionar las pérdidas que las ganancias, y parece que seguimos en el laberinto casi belicista de los perdedores. Tanto es así que comienza a ser muy difícil amputar la intencionalidad de los hechos descritos para seguir deambulando en las estrategias facilonas de la culpabilidad siempre hacia la misma dirección.
El mensaje político sucumbe al adjetivo imperativo sobre el contrincante, olvidando que el insulto lo asumimos nosotros mientras nos quedamos mirando la pantalla del televisor. A pesar de los problemas que nos rodean, es hiriente el parlamento diario de quienes siguen en la obstinación del pasado para seguir destruyendo demasiados presentes tan áridos de soluciones. Posiblemente, y sin darnos mucha cuenta de ello, hemos iniciado un progresivo deterioro de nuestra propia cultura política dejando esa insistencia democrática en las manos de quienes se sirven de ella en lugar de servirla. Hemos deteriorado valores imprescindibles donde la libertad queda pisoteada entre epítetos infames y el silencio de los demás. Hemos retorcido la justicia hasta los niveles de la mera conjetura, y reclamarla comienza a ser un castigo. Algo de todo ello tiene su parte de carga en cada uno de nosotros mismos, que seguimos jugando al talk show para el entretenimiento hueco y delirante y empobreciendo, una vez más, la memoria colectiva de lo que fuimos. Posiblemente, y como también decía el dandy de la ironía, “lo que le concedemos a la memoria se lo quitamos a la especulación” y, en algún momento, alguien nos está quitando la memoria a cambio del triunfo de su interesada especulación. Y en ello, nos van a continuar ganando a costa del talento de todos.
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