MÍRALE A LOS OJOS

 


La semana se nos ha quedado con una melodía que podría apadrinar Bruce Springsteen con aquello de "Allí donde alguien lucha por su dignidad, por la igualdad, por ser libre... mírale a los ojos". Una semana de cierto estupor y repudio en lo humano, y especialmente hiriente para una sociedad que todavía sigue sin vigilar la pupila de sus propios demonios. Sigue siendo más fácil deambular entre la risotada del contrario o la incredulidad del oportunista de turno para seguir dando lecciones de comportamientos y existencias varias. Mientras tanto, los hechos y la veracidad de nuestros propios comportamientos quedan orillados al veredicto de cualquiera que pase por ahí para no seguir en este destino que, nos guste o no, sigue siendo plural y colectivo.

Centramos la atención de los hechos con cierto brillo couché que tanto gusta en este país desde sus inicios de los ecos de salón hasta evolucionar a nuestro tiempo tan agotado de cronistas de corte y calle. Tanto es así que una situación, o muchas, sobre nuestros propios comportamientos sociales queda agrietada por el chismorreo enviciado entre particulares, donde la víctima queda expuesta al improperio de su propia existencia. A pesar de todas las opciones para superar esta equidistancia tan escasa de argumentos, nos ponemos exquisitos con el condicionante impropio de esta clase política que se encumbra a los cielos por parte del merchandising mediático. Y todo para rellenar a posteriori tantos minutos de glosa sobre ese saber desde hace tanto tiempo y ese susurro que mata tantas veces.

Sería interesante anteponer el acompañamiento de lo justo y proporcionado a las gestiones tácticas entre unos y otros. Unos por su negacionismo intrínseco de la violencia que sigue devorando nuestros días y otros por envalentonar con eslóganes sus argumentos y hacerlos perecer después en sus reaccionarios y abusivos actos. Quizás, lo único positivo de todo este esperpento se refleje en la necesidad de seguir mirando a los ojos de quienes rompen tantos y tantos estereotipos, que desgraciadamente continúan deambulando en nuestro quehacer cotidiano de la misma manera que nos deja anclados en la necesidad de avanzar más allá de nuestra comodidad. Esa exigencia para cuestionar nuestro compromiso diario sobre qué queremos y hacia dónde vamos. Esa imprescindible necesidad de rastrear luchas que saben a dignidad personal y colectiva y que nos iguala en libertades. Tal vez, como diría el icónico boss, “la juventud vive de la esperanza, la vejez del recuerdo”, y en ese meridiano se hace imprescindible la mirada atenta de nuestra dignidad por lo que fuimos y sufrimos para arrebatar algo de confianza al futuro.


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