SILENCIO

 


Decía Safo de Lesbos, la décima musa de Platón, que "con cólera nada conviene más que el silencio". Ciertamente, la prudencia de la poesía lírica quedó en la rima extemporánea para estos tiempos tan recalcitrantes de excesos y corajes. A pesar de encontrar siempre esa equidistancia absurda sobre lo peor de nosotros mismos, el resultado reafirma el extremismo en forma y fondo. Cada día se convierte en una oportunidad para doblegar la racionalidad del escrutinio público y enquistarlo con el insulto per se y la violencia dialéctica, tan entronada en nuestro país. Será por eso que los problemas y las preocupaciones públicas van pasando por las manos de nuestros representantes como monedas de cambio ante las campañas electorales tan infinitamente desgastadas del interés social. Sin embargo, esta atrayente actitud que nos desprende tácticamente de nuestra misión colectiva forma parte del interés de algunos por el afán de desmovilizar la función más importante de las sociedades democráticas. No vale todo en esta geopolítica gravitatoria que, en cualquier momento, nos hace caer en los abismos de las pesadillas que siempre arruinan el futuro de muchos para reforzar el presente de otros. Y, sin embargo, alimentamos la estampida violenta de los singulares para justificar este delirante viaje hacia el aislamiento público. Como resultado de tanta cólera fomentada a diario, se retuerce el pensamiento y el equilibrio emocional con esa bilis rápida y fanfarrona que habita en el contexto vulgar de la actualidad a golpe de redes sociales. Tal vez la necesidad del silencio empieza a ejercer como parte de una terapia imprescindible en estos tiempos tan desordenados de ideologías e idearios que fanatizan el espectáculo político y arruinan el arte de la polis. Desde el resbalón del pensamiento único de hace varias décadas, habíamos reflotado la gran barcaza de la tolerancia comprometida y la exigencia en el pensar positivo y reposado. Pero necesitamos una crisis económica y social para retroalimentar las posiciones excluyentes por aquello de culpabilizar a todo aquel que nos rodea como solución a nuestros problemas. Nadie acierta por completo ni yerra en su totalidad. Pero desmembrar el debate político nos deja tan desnudos que ni los harapos taparán nuestras vergüenzas. Probablemente sea un buen momento para seguir los pasos de la poeta lírica arcaica, cerrar la puerta detrás de uno y, así, poder abrir las ventanas de nuestro forzoso porvenir. Y ese sí que nos condiciona a la totalidad.


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