LA AUDACIA DEL ACUERDO
Decía el poeta y estadista Johann Wolfgang von Goethe que “el único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada”. Una máxima explícita sobre este quehacer diario que tanto deshabilitamos en este tiempo de incertidumbre, donde la decisión personal parece cada vez más enquistada entre estereotipos ideológicos. Reconozcamos que la conflictividad actual nos polariza hacia posiciones que inhabilitan la acción positiva para, además, defenestrar las iniciativas colectivas que siempre enarbolan nuestra censura de parte. Hemos llegado a un punto de salida demonizando la cultura del debate, tan propio de las democracias, donde trabajar las alianzas para obtener las resoluciones diferentes entre partes. Tal vez, en esta numerología donde arranca la victoria aplastante de unos, nos intoxica el impropio dominio de las mayorías absolutas que ahogan la diversidad de esas otras minorías que quedan silenciadas bajo la pisada de la desigualdad. Tanto es así que hemos normalizado el chiste fácil sobre los convenios plurales que arrancan las mejores soluciones integradoras para una coexistencia sana e igualitaria. Y gracias a este desprestigio incesante, le dejamos abierto el camino estéril para aquellos que, en lugar de promover el diálogo y el contraste democrático, observan la comunicación social desde la soflama simplista sin hacer esfuerzo alguno.
Mientras tanto, el conjunto social deambula entre las arengas imperantes que agravan ese odio intolerable sobre el pensamiento de unos contra otros. Repartimos el descrédito a ambos lados para quedarnos impasibles hacia las decisiones destacadas y exigibles en unos tiempos tan faltos de concordia. Obviamos las consecuencias de ese señalamiento constante donde el último nunca cierra la puerta al decoro personal, alimentando la insidia hiriente y la verborrea que se amplifica desde las plataformas libertarias actuales. Nada nos puede ir peor que seguir despreciando la diversidad de pensamiento para simplificarlo en mantras construidos desde los despachos de la ingeniería social. Nos hemos desprendido demasiado pronto de la magia, el genio y el poder que siempre nos presta ese necesario arrojo democrático de nuestra estirpe. Y como decía también el padre del romanticismo alemán, “todo aquello que puedas o sueñes hacer, comiénzalo”. Tal vez, nuestra inoperante actitud queda demostrada en la dejadez de quienes nos representan para que sigan obstruyendo la savia colectiva del respeto democrático y así hurtarnos, una vez más, la audacia que construyen los buenos sueños de la humanidad.
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