ENTRE EL BOSTEZO Y EL SUSPIRO
Rimaba Antonio Machado en sus Campos de Castilla a aquel español medio que acudía a los casinos de la capital, en ese quehacer tan propio, para hablar de política y terminar con el bostezo del aburrimiento. Aquel “español que bosteza”, que tan bien caracterizó nuestro Machado de todos, se resignifica en esta actualidad que aprieta en el cansancio colectivo. Tanto es así que empezamos a sufrir el absurdo de demasiadas agendas ajenas donde incluir a exorbitantes locos de la sorna ideológica o los que callan en la esquina para esperar su momento. Hace tiempo que hemos conseguido tambalear demasiados cimientos democráticos en el propio corazón de la convivencia. Somos capaces de aplaudir hasta con las orejas a quienes reparten porrazos contra nuestro propio derecho constitucional, que desde su primer artículo nos define como un Estado social y democrático y que avanza hasta el 138 donde toda la riqueza del país está subordinada al interés general. Hemos necesitado 45 años para derrotar desde la polarización insidiosa nuestro propio argumentario social, dando cabida a cualquiera que siga vanagloriando el frentismo con el contrario. Reconozcamos que se lo hemos puesto demasiado fácil a aquellos que reivindican su propio patriotismo desde la escalada del insulto para vaciar demasiadas cabezas con turbantes de desidia. Para otros, la situación se queda impávida desde el propio sigilo por aquello de persuadir la inacción como referencia. Y aquí nos encontramos nuevamente entre las dos Españas, que entre bostezos y suspiros va dejando demasiadas puertas abiertas para que las mentes más histriónicas nos verbalicen lo que no somos. Es cierto que las malas artes partidistas, tan propias de esta época cercana a lo distópico, nos alejan de las verdades individuales para arrasarnos con la verdad pintoresca del más audaz. Y así es que, entre medallas y cócteles de cabaret, nos dejan arrastrados al sofá de casa con cara de tontos. Nos hemos olvidado que la historia la seguimos escribiendo en nuestros propios renglones. Y una vez más, parece que seguiremos en esa estela del poeta, esculpiendo un país que sigue entre la rabia y la idea para continuar helando la sangre del españolito que viene, aunque ya no sabe si lo guarda Dios.
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