LA SOMBRA DEL NOGAL
Lo mejor del final de un proceso electoral es la intensidad comunicativa en la diversidad de medios posibles para entender el resultado colectivo que, finalmente, queda de manifiesto con el deseado escrutinio de votos. Ese tren de análisis infinito donde parece que en cualquier momento va a saltar tu nombre para explicar por qué has votado a quien has votado. Tal vez por eso nos mantenemos en ciertos mantras que nos dan la antítesis ya no sólo de la ejecución democrática, sino del error de fondo sobre eso de la voluntad popular. Como tal, reconozcamos que una parte demasiado importante del posible electorado decide por inmensidad de razones no acercarse a las urnas. Y aunque todos quieren pensar que eran de los suyos, en verdad de quienes son es precisamente del resto de la sociedad votante que no ha sabido convencer de la importancia de votar. Pero la democracia está para eso, para ejercerla y asumirla como bien pueda o quiera cada uno. Tal vez, ese casi 40% de media que no ha ido a votar es el portazo a esa estúpida lectura de significar plebiscitos que sólo expresan los poderíos de siglas, pero que no representan la eficacia en la gestión o el éxito de medidas colectivas para mejorar la vida de la mayoría social. Precisamente ese desvío programado en las estrategias comunicativas políticas nos dejan a la intemperie de demasiados eslóganes para olvidar por el camino esas cinco preguntas clave que, como en el periodismo, deberían dar respuesta informativa sobre la actualidad que tenemos entre manos. Así las cosas, vamos a comenzar un nuevo ciclo con la formación de gobiernos autonómicos y municipales con caras mayoritariamente nuevas y con refrendos partidistas en otros. Un tiempo con pocas incógnitas al mensaje instalado, donde las verdades rayan excesivamente con la demagogia que convenga en cada momento para abaratar demasiadas voluntades públicas. Tanto es así que los acuerdos corporativos entre los resultados electorales sucumbirán a la lectura de parte según le venga en gana a los gurús de la comunicación política de turno.
La mejor de todas estas fiestas mediáticas es que terminan donde comenzaron para seguir levantándose al día siguiente para trabajar y, especialmente, vivir con la deseada dignidad personal. Volver a pisar las aceras, siempre tan compañeras del día a día que siempre aprieta, y la reflexión que acompaña desde la ventanilla del autobús. Porque una vez, quienes consideran el poder como un ámbito exclusivo y excluyente, podrán recordar las palabras de nuestro ya eterno Antonio Gala: “Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra...”.
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