EL SILENCIO DE LA BATALLA

 




Decía ya en el siglo pasado el Premio Nobel de Literatura Bertrand Rusell que “la guerra no determina quien tiene la razón, solo quien queda”. Una puntada imprescindible para repensar demasiadas pugnas sociopolíticas que redoblan esfuerzos para amontonar estorbos en eso de confluir soluciones. Vivimos el hecho político desde la esencia del contrincante, del que se queda y se mantiene, dejando en el otro lado al abatido en esta contienda que como bien sabemos y nos demuestran cada día, sabe más de personalismos que de ideas. Bien sabido es para las torres que, como en un tablero de ajedrez, rodean la cuadratura de la actualidad para refrendar el poderío de su figura insigne, blanqueando personalismos que siempre desbaratan el bien común de los proyectos. Si ya terminamos mal heridos en la última campaña electoral donde el chirrío demoscópico aupaba liderazgos a pesar de la falta de contenido, me temo que entramos en la segunda parte de una aniquilante batalla contra nosotros mismos. Una comedia trágica para acumular mentiras y dejar desnudas de propuestas este endiablado mundo que vivimos.

Resulta sonrojante el atrevimiento para mentir y poner en duda cualquier dato sobre esta actualidad diaria que aprieta los zapatos o deja el camino más liviano. Esa cosa común que es el bien de todos queda fagocitada en las estrategias extremas por aquello de ganar la batalla contra el otro. Posiblemente sea el último anzuelo para evadirnos en el escándalo del contrario para seguir deleitando lo más irracional de nuestra amansada opinión.

Dudo de la posibilidad de dar un volantazo a esta enajenación social que tan bien han sabido aprovechar unos, mientras otros miraban para otro lado. Sospecho que ese cuarto poder que en otras ocasiones ha sabido mediar en favor del contenido real y la propaganda de parte, estén en posición honrosa para estas lides. Mientras tanto, la gestión de lo que es de todos continúa deambulando entre los mismos problemas o las mismas salvaguardas que nunca sufrimos en las mismas condiciones. Nadie se preocupará de los ciudadanos que ni tienen un techo y por tanto tampoco les llegará su inscripción al censo electoral. Tampoco formará parte de la preocupación colectiva de quienes dejarán de votar por no llegar a tiempo en un diagnóstico o quienes tengan que cuidar a sus enfermos en precario. Eso sí, tendremos todas las gráficas estilosas sobre quienes parecen sentirse afrentados ante las inminentes vacaciones en el mejor destino veraniego. Será que, al final, en el relato sigue mandando esa mayoría de couché , barnizando en nuestros estereotipos y dejando, como siempre, demasiadas voces silenciosas en este debilitado relato colectivo.

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