CON UN LIBRO BAJO EL BRAZO

 



Coincidir un 23 de abril para escribir una columna de opinión tiene su especial esencia humanista. Un regalo para repartir, entre palabras más o menos acertadas, la esencia de pensar, reordenar y relatar esa necesidad de reflexionar sobre nosotros mismos y, especialmente, lo que nos rodea. Y en esa reflexión imperativa siempre aparece aquello acuñado por Kant, que “vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros”. Una certeza sobre lo que pensamos y exhibimos en eso que llamamos la opinión pública. Y a pesar de tener tan claro y evidente la consideración kantiana, nos esforzamos por rellenar la individualidad personal con el indomable efecto mayoritario que siempre olvida las diferencias y aúpa demasiados estereotipos de lo que somos. Parece que en un tiempo en el que siempre nos viene mal la lectura y la diversidad de opiniones, rezuma esa inquietante palabrería que apunta a la estupidez del enfrentamiento de posiciones para olvidar esa medianera donde apoyar todas las diferencias. Una ocasión simplona que es envalentonada con mensajes frentistas para tenernos bien entretenidos. Pocas oportunidades nos dejarán en la próxima mesada para detener los pasos ruidosos y pernoctar la reflexión con el ansia de saber algo más allá de lo que ya sabemos. Un ejercicio vital para mirar lo que tenemos con el tiempo necesario y escudriñar lo que se cuece en el otro extremo. Todo un esfuerzo que hace tiempo ha quedado sustituido por lecturas rápidas de titular o con calificativos de florero que mendigan ese click donde incluirnos en mayorías excesivas que, al final, solamente utilizan unos pocos. Hemos perdido el don de la palabra porque seguramente perdimos la esencia de la lectura, esa que confronta nuestros pensamientos con los contrarios o simplemente diferentes. Eso sí, cada día nos ahorramos el trabajo de pulir nuestra propia opinión dejando a un lado la necesaria reflexión de lo que seguimos siendo. Toda una alegoría que podemos encontrar un día como hoy, cuando nos acerquemos a esas maravillosas ferias del libro que comenzarán a celebrarse en tantos lugares y donde un título, un autor, una leyenda o hasta una portada nos guiñarán con una invitación a aquello por descubrir. Tal vez, como decía el niño de las estrellas, solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos. Y esa esencia indolente en nuestros días todavía nos deja la posibilidad de retornar a aquello que siempre construye a favor de todos, sin excepciones obtusas, para seguir dejando sitio en nuestras manos, seguir viajando más allá de lo que somos y seguir soñando el futuro de lo que seremos.

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