EXTERMINIO ALIENÍGENA

 


Coincidiendo con la fiesta del cine español, se estaba cociendo en las redes sociales un pequeño exterminio continuado de diversos objetos voladores no identificados que parecen haberse puesto de moda en los cielos como en una buena factura cinematográfica norteamericana. Así que entre premio y premio, que menos que darle un vistacillo a esas devoradoras redes sociales y contemplar la acumulación de deepfakes en ese nuevo escaparte en el que participamos todos para ver quién la cuela mejor. En esa mezcolanza entre la verdad y la mentira, que, además, lo hace a una velocidad supersónica, nos quedaba conciliar un sueño reparador donde exterminar demasiada tensión para un domingo más ante tanta retertulia pública sin filtros. Nuestro país es así. Los honores te los ganas cuando ya no respiras, y para el presente, la crítica desproporcionada y el señalamiento a interés del mejor postor. Nos olvidamos que la creación debe tener ese aliento libre y diverso donde explorar formas y fondos que ayudarán a entender la realidad, que sigue siempre a esa prisa por caminar a pesar de todo y de todos.

Acuñaba Sigmund Freud, en aquellos años de delirio nazi, que la humanidad progresa. Hoy solamente queman mis libros; siglos atrás me hubieran quemado a mí. Y debemos seguir en ese progresismo humanista entre comillas al seguir alentando la atribución irracional contra lo que vivimos como diferente desde ese halo tan cercano a la ignorancia. Al final siempre se trata de seguir remando en contra de nosotros mismos, repudiando a los que llamamos contrarios y siguiendo la comparsa donde nos sentimos llenos de verdades que proclamar. Un camino hacia ningún lado donde el frentismo aniquila la verdad que, ya saben, nunca parte desde una única dirección.

Hay que reconocer que seguir en esta escalada de desgracias para dejarnos desnudos de cordura es una buena estrategia para olvidarnos de las causas imprescindibles que tienen que ver con el bienestar colectivo que tanto debería preocupar a nuestros representantes, acicalar esas banderas infinitas que tanto usamos para tapar la realidad ante nuestros ojos y dejarnos en la lista de espera ante lo insustituible de la vida. Toda una teoría práctica para entender ese conmigo o contra mí que tan bien llevamos acuñado en esta civilización que pernocta ante las fatigas de la historia presente.

Demasiadas hogueras que seguimos azuzando para acabar con el crédito de nosotros mismos, dejando demasiadas fumatas que velan nuestra ceguera perniciosa ante el suburbio en que hemos convertido nuestro equilibrio universal. Tal vez nos quede como último recurso el cine por aquello de ser universal, llevándonos más allá de banderas, fronteras y pasaportes, como dice el cineasta Iñárruti. O tal vez, nos quede compartir butaca con un alienígena por aquello de seguir buscando oportunidades.

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