COMISTRAJOS BÉLICOS
Conmemoramos todo tipo de actos, celebramos o recordamos cualquier hecho aunque no ejemplifique nada de este tiempo que, desgraciadamente, nos reclama demasiada ansiedad vital en eso que llamamos comprender y contextualizar. Reconozcamos que es difícil llegar a esos tinos intelectuales cuando hacemos una mezcolanza de acciones y reacciones que desembocan, al final, en un hormiguero nada ordenado donde la rapidez y la avidez mandan en el intento. Difícil desangrar una actualidad donde confundimos la ilustración con el embrutecimiento, donde siempre gana la ignorancia. Algo parecido empieza a pasar con el comistrajo diario ante los conflictos bélicos que acechan este tiempo, a pesar de llevar ya años de madurez en este nuevo siglo que parece necesitar de esa ligereza tan nefasta ante los problemas de calado. Recordando ese siglo pasado que todos deberíamos tener en mente por aquello de ser testigos más o menos cercanos, siempre encontramos alertas de situaciones que ya se vivieron y que tozudamente reencuentran sus circunstancias para repetirse sin demasiada demora. Decía JFK, a propósito del guerrillismo considerado desde un humanismo perverso, que “el hombre tiene que establecer un final para la guerra. Si no, la guerra fijará un final para el hombre”. Una reflexión aderezada por demasiados mártires en este quehacer en el mundo, y que, sin embargo, termina mostrando envalentonados abscesos de poder y pocas resoluciones veraces. Fijamos la atención en una denigrante invasión rusa, olvidando las tensiones geopolíticas que llevan décadas sin una solución y que ahora se camuflan en lo importante del respeto a la diversidad de los pueblos y las naciones. Poco nos pasa ante tanto desaire a una visión extensa de lo que traemos en la mochila para seguir con las mismas armas que tanto empoderan a esta civilización que todavía se regocija en el garrote y la sangre. En estos días los grandes acuerdos internacionales vuelven a resbalar en soluciones ya exprimidas, abanderar más defensa finita para seguir atacando el conflicto infinitamente, y descuidando una vez más la exigencia de prospectar un alto a un fuego que siempre abrasa a la misma mayoría de la población. Lo triste es que en ese amasijo de acciones y reacciones todavía está el justiciero ilustre que te dirá de que parte del tablero estás a pesar de tu apuesta por la paz. Y tendremos nuevamente a los comistrajeros de siempre justificando el desaire sobre la protesta legítima con el soborno a ideologías perniciosas que vaya usted a saber de dónde vienen.
Dejando a un lado de la orilla los problemas cotidianos, no sea que nos equivoquemos en la escucha diaria, la titularidad de este tiempo queda salpicada con demasiada palabrería entre nomenclatura de tanques, modelos de drones, siglas de misiles y la temible guerra nuclear. Todo un revoltijo de vocablos para retorcer el mensaje belicista tan inexacto en los tiempos importantes. Sería interesante reordenar las destrezas de nuestra época para promover alguna solución más allá de las atemporales. Ya saben aquello de que “la primera víctima de la guerra es la verdad”, dejándonos a la intemperie ante eso que se llama la fatiga de la simpatía. Desgraciadamente, la segunda, y más importante, es nuestra libertad para combatir el sufrimiento y seguir persiguiendo una ilustre solución para nosotros mismos, que también estamos obligados a buscar la verdad. No necesitaremos reconocimientos pero sí distinguiremos nuestra propia vida, que esa sí es imprescindible.
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