LA LEY NATURAL DEL DESPROPÓSITO

 


Decía recientemente Annie Ernaux, nuevo Premio Nobel de Literatura 2022, que “no creo que haya un salvajismo intrínseco en los hombres. Hablaría más bien de un consentimiento implícito a este salvajismo, vivido casi como una ley casi natural”. Y me venía a mi mente ese descrédito por sí mismo de las últimas andanzas en redes de aquellos que a grito salvaje lanzaban improperios más propios de manadas que de ejemplares universitarios, un adjetivo tan cercano al buen camino de la sabiduría y la necesidad de saber. Reconozcamos que la propia vergüenza ajena que cualquiera podría sentir, se desinfla ante tanta exposición de unos hechos que deberían hacer mutis por el foro ante tanto agravio propio y social. Dar la oportunidad de racionalizar estas bravuconadas insidiosas nos acercan más a naturalizar demasiados excesos que tanto daño hacen a una sociedad que debe seguir trabajando en el equilibrio de valores que unifiquen más nuestra racionalidad para enmendar demasiadas costumbres que solamente encumbran lo peor de nosotros mismos. Al final de todo este proceso sigue estando la construcción del mensaje del que estiran todos los poderes que intentan posponer la diversidad para apostar por el dominio de pensamientos únicos, encorsetados en las puntillas ideológicas que absorben la sabiduría de la evolución de una sociedad que sigue paralizada ante demasiados pecados de siempre. Tal como dice Ernaux, consentir como natural las tropelías de unos cuantos dice más de quienes las justifican que de aquellos que nos quedamos como Caperucita Roja cuando huía del lobo feroz. Algo huele a error en este mundo excesivamente virtualizado donde el postureo de demasiadas brutalidades conlleva, como tantas veces, aplaudir a quien la dice más gorda. En nada representan a esa mayoría siempre tan silenciosa que sigue removiendo su cabeza para desdecir tanta realidad obtusa que hace añicos ese mirar al frente colectivo que enorgullece nuestro caminar. En definitiva, un ejemplo más que verifica lo vulnerable que seguimos siendo ante tanto despropósito en la literatura pública de nuestros representantes, que siguen acelerando hacia el precipicio las buenas formas y el valor de la palabra en la necesaria e imprescindible disputa de las ideas. En lugar de eso, y como una metáfora a cada uno de nuestros días, resolvemos entre el griterío déspota de los adjetivos para recolectar la subida de persianas de los hooligans de siempre, tan obedientes con su propio descrédito. Con todo ello, poco nos queda para envolver con tantos lacitos de comprensión la destructiva polarización de una sociedad que, al final, siempre pospone muchas circunstancias que nos atañen para seguir mirando hacia otro lado. Tanto es así, que llegaremos a pensar que en la lateralidad está la realidad y olvidaremos el horizonte de nuestro futuro.


Comentarios

  1. Es inamisible que en el siglo XXI se den actitudes como esta, y gente que no las acepte, pero que echa la culpa de esta actitud a la presión que los grupos feministas, y lo peor, que se admita como una tradición.

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