CONTRA VIENTO
Confesaba Mario Benedetti que le gustaba el viento, caminar contra el viento, que parecía que le borraba esas cosas que quería borrar. Algo así me pasaba esta semana esperando el cansino autobús para enmendar la laboriosidad de los días. Esa sensación de empujar el pensamiento a esas horas tan amargas de la madrugada, aún oscura, para cerrar los ojos y dejar volar tanto poso mañanero. Hay que reconocer que esas pequeñas liberaciones acaban pronto desde el momento en que uno se sienta en el transporte público y hace memoria sobre si dejó todo apagado en casa, y con cierta tranquilidad reafirmar lo bien organizado que lo lleva uno desde el principio del día, bajando la basura bien clasificada y hasta saludando a Martín mientras limpia esas calles todavía marchitas de pasos. Y en esa multiactividad madrugadora tiene uno tiempo, entre parada y parada, de mirar la agenda donde tiene anotadas las citas pendientes en el colegio del niño y en el ambulatorio para las revisiones de la querida abuela. Con eso de salir pronto a trabajar siempre hay un minuto casi mágico en el que se pasa de un cierto silencio a un repentino aumento de ese ruido seco y constante del tráfico. Y es cuando te das cuenta que Aurelio, el conductor de todos los días, te acecha con la radio puesta para comentarte lo mal que andamos en este mundo despistado de historia y sediento de enfrentamientos. Debo reconocer que poco hay que pincharme para entrar en la conversación mañanera y carraspear demasiados clichés de este tiempo perturbador. El bueno de Aurelio reconcilia mi existencia cuando me cuenta lo mucho mejor que va su mujer gracias al tratamiento que está recibiendo y lo encantados que están del servicio médico de sus especialistas en el hospital público. Esas historias que empezaron hace un par de años casi en medio de la pandemia y que con todas las angustias vitales está saliendo todo bien. Aurelio está contento porque, además, su hijo mantiene, por fin, un trabajo desde hace más de un año y medio con el respiro que ha sido para todos esta salida de la precariedad laboral para toda la familia. Mientras tanto, la narrativa de fondo comenta con seriedad el último discurso de Putin donde nos disecciona la trama bélica de un paria como él, de esos que la historia siempre pone en algún momento para revolver los peores sentimientos que saben de enfrentar para pisotear el respeto hacia lo diverso y diferente. Y Aurelio se enfada con el mundo y yo secundo su enfado. Demasiadas luchas personales para que ahora nos tengan resueltos en un posible hito histórico que nadie se atreve a asegurar. Reconozcamos que empezamos a estar un poco hartos de estirar ese chicle que sabe de comparativas con otros tiempos para casi justificar el derrumbe de todo lo que conocemos.
Llegando a la parada de destino, siempre viene el respingo del día para aseverarle al futuro que no nos queda otra que aguantar y seguir mirando con el rabillo del ojo a quienes les toca resolver este entuerto y que codicien, por una vez, algo de sabiduría y acierto. Regresa el viento mañanero en la cara. En la acera espero el mandato de la policía local, nuestra Elena, que a golpe de mano nos anima a recorrer la vía peatonal. El contra viento regresa a nuestros pasos y Benedetti parece susurrar que claro que nos gusta el viento. Y parece que, un día más, se pueda llevar todo lo que queremos borrar.
Muy buen relato de un comienzo de mañana. Yo como estoy jubilado no paso por esa sensación matinal, pero al final del día me siento en el sillón y viendo el "intermedio" y escuchando las reflexiones, hago yo también las mías y como son muy aburridas acabo dormido en el sillón.
ResponderEliminarUna abrazo.