EL SILENCIO DE LAS CADENAS
Decía Rosa Luxemburgo que "lo
más revolucionario que una persona puede hacer es decir siempre en
voz alta lo que realmente está ocurriendo".
Un
simbolismo activo de aquellos años de la Primera Guerra Mundial y
sus posteriores cuitas, y que parece olvidarse a la intemperie del
paso de los tiempos. Posiblemente, reclamar la revolución desde la
osadía de contar lo que realmente ocurre desgranaría muchas de las
torpezas que vivimos en este tiempo, que a veces podríamos
considerarlo de excesiva mediocridad. Vivimos un creciente simbolismo
bélico donde parece que el mensaje guerrero de la reciente pandemia
nos sirvió de antesala para volver a presenciar ataques militares
con las consecuencias que vemos diariamente. A pesar de contar con
cientos de reporteros que nos escenifican la crueldad de cualquier
acción militar sobre la población, parece que una vez más el
cansancio por repetición desinfla cualquier vitalidad en contra de
los posicionamientos tradicionales de este mundo, que parece siempre
enmascarar las mismas recetas de siempre. Con todo esto, y a pesar de
la multiplicación de canales informativos con mejor o peor mediación
en ese compromiso periodístico, reconozcamos que la fatiga en
encontrar puntos comunes entre los diferentes bandos nos deja
desnudos para posicionarnos en la necesaria racionalidad de las
soluciones. Y
en medio de tanto desconcierto, lo único que encontramos a diario es
la obscena utilización de tantas charcas revueltas para hacer
seguidismo de soflamas sobre supuestas crisis absolutas del poder,
silenciando las verdaderas crisis vitales que cargamos cada mañana.
Es más fácil conseguir un titular con un
anecdotario
inventado de la historia que de
la
destrucción de los servicios públicos que nos amparan a todos. Es
motivo de programaciones especiales sobre las vigilancias
apocalípticas de unos pocos para seguir silenciando la encuesta
social diaria de la ciudadanía. Todo un enjambre de opiniones
divergentes
a pesar de la necesaria respuesta constitucional a las artimañas de
las cloacas de siempre. Toda
una escaleta que consigue dejarnos en el sillón especulando por
enésima vez dónde
estará la verdad de todo el armazón mediático que nos cuentan. Lo
malo de esta apatía súbdita de nuestros días es, tal vez, lo que
ya reclamaba la agitadora de masas del siglo pasado cuando afirmaba
que “quien no se mueve, no siente las cadenas”. Demasiado ruido
para acallar nuestros propios silencios.
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