PASOS CLANDESTINOS
Me encanta la referencia de Manuel Rivas en su preciosa historia de “El lápiz del carpintero”, que “lo único bueno que tienen las fronteras son los pasos clandestinos”. Será porque todos sabemos de la necesidad de retomar caminos a pesar de tantas cadenas convencionales y de orden que siguen esquilmando nuestra hermosa naturaleza libre. Con ello encajonamos demasiadas aristas para diferenciarnos del resto como una obligación de supervivencia. Olvidamos unir desde lo diferente para adaptarnos a los binomios de siempre del uno o del otro. Emparejamientos que dividen y exculpan la falta de solidaridad entre iguales. Pero de todo esto venimos desde hace mucho tiempo, y como decimos entre despedidas contertulianas, lo que nos quedará…
La semana se ha quedado excesivamente abrupta con acontecimientos que quedan demasiado velados en este universo informativo que compite entre intereses mediáticos, olvidando la historia diaria entre aceras y derribos sociales. Conocer que una persona murió congelada tras estar agonizando horas en las calles de la hermosa París, deja en entredicho la anhelada sensatez de una sociedad que mira demasiadas veces a otro lado. La única suerte que tuvo post mortem el fotógrafo René Robert es que era conocido y de destacar entre otros tantos anónimos que siguen dejando sus días en las aceras bajo el halo de los sin techo. Demasiadas fronteras sociológicas para seguir justificando este quehacer diario de lo solidarios que somos, dejando abandonados esos pasos clandestinos que siempre nos han llevado a otras realidades que puedan liberarnos de la realidad repetitiva de todos los días.
Será porque repiqueteamos con ansiedad palabras de libertad para autoconvencernos de todo lo buenos que somos y hasta polarizamos nuestra ideología para arrebatar al contrincante el respeto hacia ellos mismos. Taponamos los pasos del entendimiento para refrendar robustas fronteras que nos separen mucho más, ya no solo del diferente, sino de quienes han sido galardonados con el san benito de los malos. Poca seguridad debería darnos esta estructura monolítica que vamos forjando diariamente. En nuestro país, tan empoderado con la unidad uniformada a pesar de sus esencias diversas, se es capaz de poner adjetivos a todo lo que se manifiesta para seguir orillando las posturas opuestas e irremediablemente separadas, tratando de dejar sin fluido la esencial diversidad de formas y fondos, sin posibilidad para regresar delante de nuestros pies. Todo un ejercicio de inmovilismo para este tiempo que necesita de esos pasos descalzos que recorran los arroyos de este tiempo tan global pero tan parcial en sus afectos. Por una vez, podríamos jugar con nosotros mismos a la clandestinidad diaria, rompiendo fronteras que siguen divagando demasiadas diferencias para arrullar otra forma de mirar. En realidad, deberíamos tararear en nuestro caminar que, tal vez, “no hay fronteras”. En el intento, igual volvemos a encontrar la virtud de vivir en paz.
Esta semana en el Congreso se ha demostrado que hay algunos pasos clandestinos que ropen fronteras para colmar sus intereses personales sin importarles las disciplinas de partidos o el juego democratico.
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