LAS VOCES DEL ALMA

 


Aconsejaba Jose Luis Sampedro en La sonrisa etrusca sobre “qué importa mi boca cerrada. ¡Cuando piensas con el alma, te oyen!”. Posiblemente en estos tiempos de enjambres ruidosos que reinan a sus anchas por cualquier canal comunicativo, algo del alma y del duende de nuestra esperanza se nos ha quedado helado de tanto acallarla tan histriónicamente. Se ha puesto de moda contar demasiados relatos repetitivos con la zancadilla de turno para su uso abusivo en cualquier circunstancia o lugar. Tanto da estar en León como en Cádiz. Lo mismo nos da pasar por Lugo que por Valencia. La simpleza de una buena embestida política sobrevuela sobre la necesidad de los lugares y sus personas. Nuevamente ralentizamos nuestra obligación de trabajar por la sociedad que nos acompaña para tirar por el camino de en medio y conseguir objetivos personalísimos a costa de la realidad tozuda. Terminada esta semana con más pena que gloria, se cerrará la primera cita autonómica con las urnas y con los resultados que a fin de cuentas decidirá su ciudadanía, contando igualmente los ultramotivados y esa gran mayoría que con su boca cerrada piensan más en el alma que oyen. Por que en las entrañas diarias todavía están los hechos que comparan el tiempo ya pasado y los problemas que siguen sin resolverse, o la solución obtenida de tantas circunstancias que rodean una tierra durante los últimos tres años o más. Posiblemente aquellos que rehúsan envolverse entre banderas y símbolos seguirán apostando por la escucha de lo que no se oye con las orejas, pero que sabe de la esperanza en futuros más acertados e imprescindibles. Más allá de las guerras de siglas y de los extremismos de los últimos compases de los cierres de campaña, el silencio ante la fiesta democrática será el sujeto y el predicado del alma que acompaña cualquier lugar de esta tierra patria. Será posiblemente el único momento de esa calma tan necesaria para reflexionar el tiempo y el espacio que nos ha tocado vivir. Lo malo de todo esto es que tras la apertura de las urnas y sus resultados contados, volveremos a la vorágine acostumbrada, dejando de lado a los votantes para centrarse en ese come come entre la clase política y sus comentaristas. Regresaremos al centralismo del ombligo personal para olvidarse, nuevamente, de las promesas y programas en los que se hilvanaba otro mirar y otro hacer.

Poco nos pasa ante tanta decadencia democrática, donde se valora y aúpa al que mejor vocea sin necesidad de argumentos. También nos lo recordaba nuestro humanista solidario: “cuando creemos lo que no vemos, acabamos por no ver lo que tenemos delante”. Tal vez sea el tiempo de hablar por nosotros mismos para acallar demasiados miedos. En esa diferencia seguirá esperando el futuro.

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