TIEMPO DE PASCUA
Llegamos sin pena ni gloria a un nuevo tiempo de Pascua. Fechas que saben casi a primavera con esa hora de más en las alforjas que tan bien nos sienta. Los días quedan alargados para garbear por las calles y reconocer nuestro espacio más allá de nuestra casa, aunque sea con mascarilla. Todo un canto al renacer que, como la naturaleza, necesita de esa impronta para seguir recorriendo este año que, probablemente como todos, tendrá un repecho impertinente con el que lidiar. Nuestro presente revolotea entre demasiadas incertidumbres donde archivar muchos de los miedos que no queremos reconocer para dejar perfectamente allanado el camino a aquellos que siempre aprovecharán esa grieta individual para sacar lo peor de nosotros mismos. Nos acercamos a pequeños abismos con demasiada palabrería y con la observancia de nuestro entorno opacado en excesos de incertezas. Huimos de posiciones esbeltas de conocimiento para enredarnos en los mensajes fácilmente construidos y seguir repitiéndolos entre la carcajada del grupo. Todo un experimento demasiado antiguo para que, incluso, nos creamos inspiradores de nuevos tiempos.
Ya lo decía Sócrates: “cuando el debate se ha perdido, la calumnia es la herramienta del perdedor”. Y reconozcamos que si hablamos de debate, ese lo hemos perdido por todas las partes. Y aunque sería fácil sacarle los colores a los poderes públicos y sociales que nos aventajan, los realmente responsables somos la propia sociedad, que en lugar de exigir conocimiento y argumentos nos quedamos con las migajas facilonas para jugar al garboso de turno que habla de todo pero no sabe de nada. Nos creemos en la razón cuando nos aferramos al programa o al predicador de moda, que a pesar de sus sesgos reconforta nuestra capacidad para evidenciar todo el panorama divulgativo. Nos convencemos en un par de horas semanales para recomponer nuestra sabiduría a golpe de clic sin cuestionarnos la verdad de las diversas opiniones de sólo unos pocos, dejando la información en el último cajón de nuestro escritorio vital. De esta forma, no nos debería sorprender que la velocidad de la mentira siga siendo tan exageradamente amplia respecto a las pobres verdades que siguen quedando ocultas en este mundo tan globalizado.
También es cierto que nuestra vida cotidiana se enfrenta en exceso a la esclavitud del reloj de los horarios y al cansancio entre obligaciones como para desaprovechar ese limitado tiempo en la búsqueda de evidencias para este nuestro ámbito tan peculiarmente obtuso. En tal caso, y como diría Truman Capote, antes de acostumbrarnos tanto a negar con la cabeza, deberíamos asegurarnos de que la tenemos. Y es que, a veces, el desacreditar lo extremadamente visible ha sido el peor error de nuestra historia.
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