LA ÚNICA BATALLA

 


Olvidamos muy pronto la necesidad de seguir apostando al único vencedor que nos alienta desde el futuro. Olvidamos en un click el trabajo infatigable de las generaciones precedentes que, tras sufrir en sus propias carnes la apuesta por la violencia para resolver cualquier pugna, reconfortaron posteriormente la necesidad de redirigir la estrategia geopolítica desde el diálogo a pesar de los desencuentros. Una actitud que, desgraciadamente, necesita solamente de un segundo para tirarla por la borda y dejar ante nuestros ojos el descrédito como una sociedad civilizada. Hay generaciones que desde la niñez llevamos escuchando conflictos que siguen devorando la estrategia por la paz en ese también comprensible hartazgo en la falta de soluciones y conclusiones imprescindibles. Decía Albert Camus que “la paz es la única batalla que vale la pena librar”. Una batalla que a pesar de tantos organismos internacionales queda siempre interfecta ante la desidia de la justicia de parte.

Reconozcamos que el conflicto árabe-israelí lleva más de 75 años triturando la estabilidad de demasiados pueblos que agonizan en este terrible presente donde nos van a dejar demasiada muerte y destrucción. Mientras tanto, los grupos envalentonados que juegan al contexto de su propia historia lo tienen fácil en un enfrentamiento que lleva pendulando desde 1883. Demasiado espacio histórico para mantener cierta esperanza conciliadora. Posiblemente, la irresponsabilidad en el mantenimiento de la fuerza sobre cualquier territorio nos deja solamente la decepcionante acción que sabe más a pelotón de combate y menos a justicia.

Y con esta nueva guerra en marcha seguiremos atrincherados en posicionamientos extremos, justificando cualquier vulneración de la vida para seguir polarizando los conflictos que siempre flaquean de soluciones. Seguiremos enumerando víctimas en la verdadera batalla vital que siempre se lleva a los del medio. Y continuaremos sumando descrédito a una civilización demasiado asentada en la negación de los derechos y deberes universales. Tal vez, como replicaba el expresidente uruguayo Pepe Mújica en las jornadas colombianas sobre la paz en Cali, “la paz debe reflejarse en el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades para que no solo haya confianza en el proceso, sino para que se sienta que valió la pena tanto dolor”. Y , por el momento, el saldo para ese tormento sigue a cero.

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