EL ÁRBOL DE LA VIDA
Encontraba esta semana en la red de redes, por aquello de intentar contextualizar algunas lindezas que nos va dejando esta cuasi esperpéntica campaña electoral, una frase interesante sobre algunas acciones positivas hacia nuestra madre tierra. Una afirmación inspiradora sobre que “el hombre no planta un árbol para sí mismo. Planta un árbol para la posteridad”. Un argumento que contrapone algunas algarabías que pululan entre la mensajería política para dejarnos absortos con una maceta en cada balcón. El detalle, que ha servido de estímulo para la crítica y el adorno publicitario, es verdaderamente importante para evidenciar lo poco que nos están contando sobre decisiones, inversiones futuras o, en definitiva, programas de acciones que contrarresten las deficiencias que sufrimos en nuestra tierra pequeña, esa administración cercana y vital donde acunamos nuestros derechos más constitucionales como la sanidad, la educación, la vivienda y las calles que pisamos todos los días por aquello de salir a nuestros quehaceres religiosamente. No sé hasta qué punto, les hemos dejado la vía del fetichismo para hacer comunicación política que huele simplemente a personalismos itinerantes o, lo que es peor, a esas banderolas que nacionalizan hasta los barrios de nuestras ciudades. Esa necesidad de distinción que acota los guetos originarios para caer en el absurdo del inmovilismo como garantía de una pretendida ralea cultural.
Hace ya mucho tiempo que desbaratamos la racionalidad de nuestras opiniones públicas rayando ese fanatismo de siglas para caer en la extrema exaltación de nombres y apellidos, digan lo que digan. Hemos reforzado la simpleza de argumentos donde seguir ahuecando la disidencia y la intolerancia como fetiche político. Somos capaces de asumir cualquier estupidez a costa de nuestra propia democracia y representación social.
Nos queda una semanita donde se acelerará el compromiso con la demagogia en cada minuto de exposición en los medios de comunicación, y todo desde las trincheras de las encuestas para reafirmar estrategias o terminar con toda la munición necesaria para arañar cualquier hueco demográfico que pueda ser útil.
Tal vez, como el árbol de la vida, que nos conecta desde cualquier cultura a la naturaleza y nuestro origen, tenemos la oportunidad de motivar nuestras propias decisiones, de retomar nuestros propios ciclos vitales que siguen dependiendo del entorno del que formamos parte. En nuestras manos tenemos la responsabilidad de decidir, acto que va más allá del tintero y el eslogan. Lo contrario a no hacerlo podría ser tan mezquino que nos dejen plantados con la maceta pero llena de estiércol y sin nada que sembrar.
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