ENTRE POBRES VERDADES
Citando a Aristóteles, podríamos asegurar que “nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella”. Una pauta intrínseca que debería permanecer en este dogmático partido de algarabías varias sobre nuestro tiempo cotidiano. Refrendamos entre banderitas de hilo nuestra esencia democrática para vilipendiar al primero que se pone por delante, con argumentos diversos que resquebrajen este antagonismo que tanto nos corrompe como sociedad respetuosa y solidaria. No hay nada mejor en estos casos que la vida te de la oportunidad de soltar horarios y desmontar tu agenda diaria para, en el mejor de los casos, cuidar a quien te cuidó en una crisis sanitaria. A nivel personal no es la primera vez que ocurre. A pesar de la angustia normal sobre la evolución de la salud de algún familiar, el intercambio de experiencias en los pasillos de los hospitales te redime de algunos falsos argumentos alejados de una mayoría siempre silenciosa que da y quita razones. Cuando dormimos justo en la antesala de lo esencial es cuando valoramos esa veracidad que te labra en la apuesta por lo imprescindible. Allí, rodeados de la enfermedad que siempre acecha, reconoces el sosiego en el argumentar y la osadía en la lucha cotidiana. Reconforta la necesidad de crear nuevas redes que anuden deseos de mejoría sin el menester de saber ni su afiliación ni su perfil social. Tampoco es relevante tu estatus económico para recibir el cuidado necesario que te reconcilie con la vida hasta el próximo achaque. Y sin buscar mucho más, comienzas a deshojar demasiadas réplicas petulantes sobre pasados que sesgan excesivos intermedios para extremar conclusiones que nunca alcanzan la posibilidad de avenir posiciones.
Desgraciadamente parece que no hemos aprendido de nuestro pasado para seguir salpicando nuestro presente de intolerancia rancia y beber a tragos el mensaje de unos cuantos que electrifican el contexto de desgracias pasadas. Esa engreída forma de mirar por encima del hombro a quien no piensa igual que uno y desmonta el posible acuerdo en ese punto intermedio que concilia los extremos. O, en el peor de los casos, elevar como verdad absoluta el último detalle para revolver todo el ideario que tanto nos había costado consolidar democráticamente.
Mientras tanto, en la vida real y entre paseos de hospital, reaparece la necesidad de permanecer atentos a aquello que verdaderamente pende de nuestro esfuerzo colectivo. La importancia de los valores que suponen la mejor cadena de seguridad sobre nosotros mismos. Nada de todo ello formará parte de las importantes noticias del día ni los argumentos virales de las redes sociales. Pero nos dará la oportunidad de obedecer a nuestra conciencia desde el amor y no tanto por ese aplastante miedo que demoniza al diferente para dejarnos, una vez más, en el convencimiento de nuestra pobre verdad y pegarle un portazo a tantas verdades de tantos que somos.
Cuando pasas un tiempo en un hospital te das cuenta que la única realidad existente es el dolor de los enfermos, que las ideas que nos alejan unos de otros son nuestros propios perjuicios ideológicos.
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