LA BÁSCULA IMPACIENTE
Decía Eleanor Roosevelt que “la justicia no puede ser sólo para un lado, debe ser para ambos”. Ciertamente, esa balanza que tanto representa la equidad e imparcialidad de este segundo poder universal de cualquier sociedad democrática, es la garantía para los poderes públicos y de quienes representan. Llevamos mucho tiempo en este país zancadilleando las decisiones que se toman en el parlamento con los recursos ante los tribunales de justicia que tantos titulares ocasionan aunque sea un simple trámite administrativo. Verdaderamente amparar desacuerdos ante los arbitrajes jurídicos no debería ser ninguna mala noticia para nuestra democracia. Lo excepcional es comprobar el reguero de disonancias en los fallos de los jueces que dejan entrever esa máxima que predicaba la escritora y activista norteamericana. Es difícil reencontrarse con esa seguridad desde las leyes que nos hemos dado todos cuando a la ciudadanía nos dejan demasiadas dudas en sus fallos y con veredictos ambiguos en su proceder. Si a esto le sumamos el desacuerdo político en la renovación de las herramientas de la propia judicatura donde atrincherar los enfrentamientos partidistas, poca probidad y rectitud podemos esperar de sus resoluciones. Nuestro país parece que siempre le gusta jugar al chascarrillo desde las altas esferas que tanto deberíamos respetar todos. Nuestro país es grandilocuente en las palabras para desmedir acciones que, si miramos atrás en la historia, han jugado siempre en contra de los intereses colectivos. Eso sí, la gran mayoría de la ciudadanía siempre se ha quedado con la boca abierta ante las soluciones que han querido vendernos para tanto globo inflado de manipulaciones insensatas.
Poco creíbles son los que piensan que gracias a afinar en los tribunales se doblegará la voluntad colectiva de nuestro país. Tampoco es muy razonable que la particularidad de los jueces propicien grietas sobre el respeto al diferente y avale que cualquier discurso es respetable en el juego político. La justicia consigue su objetivo cuando restablece equilibrios entre las partes manteniendo el tablero con los bastidores independientes de quienes deben gestionar sus políticas y de quienes deben seguir acreditando la eficiencia de el control al gobierno. Si se rompe ese criterio, entonces algunos empiezan a sobrar dejando a la intemperie esa báscula jurídica que parece sentirse impaciente ante el descrédito Ya lo decía Platón: “la peor forma de injusticia es la justicia simulada”. Tenemos un verano para la reflexión por parte de todos y, a lo mejor, sería imprescindible dejar de disimular con demasiados golpes de pecho y acreditar nuestro empoderamiento como país, adecentar este avispero en el que se ha convertido este quehacer de todos los días.
Difícil dilema el que planteas Sara.
ResponderEliminarDesde mi punto de vista los problemas actuales del poder judicial, que no de los jueces que trabajan a diario en los juzgados son:
1) Algunos son reminiscencias de la dictadura.
2) Los impuestos por el poder político es evidente que su doctrina judicial estará encaminada en satisfacer a quien lo apuesto.
3) Tanto el Tribunal Supremo como el Tribunal Constitucional no efectúan interpretaciones de las leyes que sirvan como base para las interpretaciones de los juzgados ordinarios.
4) Muchas decisiones de los juzgados son éticamente incomprensibles.