LA NARRATIVA DE LA PONZOÑA
En
las reflexiones
de Buda hay una frase
que dice: “Aferrarse
al odio es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera”.
Sin
duda, semejante a lo que estamos recibiendo
todos en este devenir diario que
acecha
con demasiados miedos y desnudos de las tan necesarias esperanzas.
En
algún momento alguien ganó la partida a esa narrativa para
llevarnos en volandas por los abruptos temores de lo que somos y
retroceder posiciones en esta guerra abierta con la que abatimos la
confianza en
la vida a secas.
No nos sirven los datos objetivos de todos los problemas que nos
pueden rodear. Tampoco sirven en demasía las justificaciones
interesadas
para
colgarle
el sambenito
a alguien
de
antemano crucificado,
como buen chivo
expiatorio de nuestras
culpas
cotidianas. Reforzamos nuestro argumentario con los servicios de
hemeroteca que ladran despropósitos de unos y otros y obturamos el
conducto
vital
de las tan necesarias certidumbres.
Con
este panorama, intentamos lidiar con excesivos miedos para seguir
fracasando en diagnósticos. Y el que más y el que menos se va
arrimando
al
séquito de opinadores que mejor representa
su
anímica razón
a
modo de las antiguas y beligerantes escuelas
filosóficas, pero en plan castizo, claro,
que
es mentar la filosofía y nos venimos arriba rápidamente.
Lo peor de todo es que hemos asumido que en este galimatías
siempre sobra alguien o algo. Centramos nuestro despropósito en el
enemigo a vencer o la trinchera
que
defender.
Ahora que hemos recuperado ese
forofismo deportivo de masas, regresamos
a los viejos articulados. Y
con
exultante logorrea,
posicionamos
con satisfacción de
rebaño, tan de moda en estos tiempos,
no tanto nuestros
pensamientos,
sino
más bien
nuestras posaderas. Volvemos
a brindar
con nuestro chupito de inquina diario
y
levantar el ánimo frentista
ante
los recelos cotidianos.
Una manera de rearmar nuestras 24 horas, dejando de lado la historia
de nuestro pasado y esclavizando demasiado futuro incierto con
la única esperanza de que los otros, esos a quienes tanto
despreciamos, desaparezcan de nuestra vista. Todo un aprendizaje que
destruye inmoderados
intentos en la convivencia y de los que tenemos tantos ejemplos para
avalar aquello bien sabido de
que los problemas que siempre engendra el odio, nunca soluciona
ninguno.
Sería interesante que, igual que aprendemos a odiar,
sepamos que nos podemos ilustrar en el respetuoso
apego al diferente. Toda una batalla fácil de vencer si sabemos que
el odio, al igual que la oscuridad, no se combate
con las propias fobias o tinieblas, sino con corazón y con
los destellos
de la
madrugada.
Todo
un esfuerzo por aquello que afirmaba el escritor Havelock Ellis, que
“cuando el amor se reprime, el odio ocupa su lugar”. Y
nuestro aquí y ahora, sin
duda
nos está dejando bien cebados
de demasiada ponzoña y
hambrientos de perspectiva para seguir los diversos
senderos
de esta puñetera vida.
Gracias Sara por tu artículo.
ResponderEliminarSobre el articulo sólo añadiría en la frase de Havelock Ellis la palabra amistad.
Nuestros gobernantes y los medios de comunicación sólo trabajan por polarizar a los ciudadanos, haciéndonos exhibir banderas y eslóganes que no reflejan la amistad diaria de nuestra sociedad, nuestra sociedad es el vecino de al lado de nuestra casa que comparte con nosotros sus problemas y necesidades, el amigo que te cuenta sus problemas, el familiar al que tienes que ayudar.
Cuando ayudamos a alguien no le preguntamos que bandera o ideología tiene, simplemente le ayudamos.
Nuestro pueblo ahora sólo necesita que nuestros representantes políticos nos ayuden y se dejen de banderas e ideologías que no nos ayudan, más bien nos desmotivan.
Con esto no quiero decir que cada uno no sienta simpatía por una bandera o una ideología, pero debe saber que cuando se intenta imponerla al diferente la democracia y la amistad se resienten.