AGÓN

Decía JFK que “no podemos negociar con aquellos que dicen, lo que es mío es mío y lo que es tuyo es negociable”. Sin duda, el arte de la negociación ha sido siempre imprescindible para las grandes batallas de este mundo, que por viejo
sabe más que por diablo. Nuestro país sigue crujiendo entre el freno al desastre sanitario y el pozo sin fondo en el que parece seguir ahondando esta economía tan nacional, que siempre espera hasta el último momento en su inmovilidad de cara al futuro. El actual artisteo político que tenemos sigue recabando los mismos tics de parcialidad en la que anudan las razones, sus razones, basadas únicamente en lo contrario por serlo, sin más. Para ello siempre contarán con los altavoces bravucones de quienes ronronean diariamente en eso de crear la opinión pública de la totalidad. No hay mejor encabezamiento para el argumentario actual que la tal mayoría de todos, como un ente cúbico donde nos introducen en ese pensamiento unilateral para echarle una mano al trivial mensaje de púlpito. Detrás de ello nos queda esa amplísima diversidad donde se dificulta ese pensamiento idílico y unitario, porque todos somos individuos con su pasado y su futuro para pasear en este presente que nunca repite ni día ni noche. Lo cierto es que mientras seguimos azuzando esta crispación estéril, perdemos el objetivo de emprender algún camino para escalar esta pobre situación. Algo de esto sucede con el periplo que deben pasar los presupuestos de nuestro país, despojándose en este primer tránsito de esas enmiendas a la totalidad que saben más a romper la baraja y a que pase el siguiente. Para lo bueno o para lo malo, pasamos a ese indispensable momento de negociar, ese arte poco de moda en estos tiempos y tan necesario para pasar de lo tuyo y lo mío a buscar lo de todos. No estamos para mucha bagatela en este rehacer de la vida cotidiana. Si la democracia respira es gracias a sus propias reglas donde construye más el que escucha que quien reprocha constantemente. Tal vez por eso, parece que seguimos envenenando esta piel de toro retroalimentando con cada lametazo viperino nuestras ponzoñosas heridas de siempre. Tanto es así que preferimos más la crónica del espectáculo entre pasillos que el debate de fondo sobre qué nos deparan las nuevas cuentas, esas que necesariamente debemos tener para igualar nuestra posición ante el mundo en un nuevo año que sabrá demasiado a viejo y a ausencias. Quizás haya llegado el momento de evaluar la utilidad de quienes nos representan. Un tiempo nuevo de reflexión de unos y otros y anteponer la necesidad del acuerdo para los millones de prójimos que nos seguimos levantando diariamente con la exigencia de encontrar esperanzas. Puede ser que estemos en la encrucijada de caminos donde podamos olvidar zanjas y construir sendas que enlacen la pluralidad de las mayorías. Podría ser que hasta los medios de comunicación se dedicaran a repartir más datos veraces y argumentos sociales que a los chascarrillos de quienes nos quieren representar. Todo un ariete para este tiempo necesitado de algún que otro párodos de la tragedia griega para escuchar de fondo un amebeo en este histriónico agón. Ojalá que en medio de este coro alguien recuerde a Sófocles cuando decía que “la obra humana más bella es la de ser útil al prójimo”. Para escenas recalentadas de cliché ya tenemos bastante.

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