EL TREN DE LAS OPORTUNIDADES
Decía el padre de Pigmalión y Premio Nobel irlandés, George Bernard Shaw, que "Algunas personas miran al mundo y dicen ¿Por qué? Otras miran al mundo y dicen ¿Por qué no?". Todo un juego de palabras para explicar esa posición que tomamos en la vida para afrontar el despertar diario, importante en lo individual pero especialmente imprescindible en lo colectivo. Toda una declaración de cómo nos encontramos en este desempeño social por parte de quienes nos representan en las instituciones y en todo lo público, es decir, en lo de todos nosotros.
Septiembre ha llegado para quedarse en su tiempo limitado y encaminarnos a la antesala de un otoño crítico advertido por todos. Y en esa totalidad coinciden cualquiera de las facciones que conforman nuestro espectro comunitario. Retomamos la vida laboral con la incertidumbre en fondo y forma, con esa sensación dubitativa sobre nuestra seguridad sanitaria, pero también sobre el futuro de nuestro empleo, de nuestros sueldos, de nuestras pensiones, de nuestro mañana. Toda una inquietud que llevaremos en lastre durante mucho tiempo. Y a pesar de esta situación, en lugar de encontrarnos a nuestra clase política resuelta tras sus vacaciones en hacer su trabajo desde cada uno de sus escaños, regresan con ese temperamento tan español de embestir como cabestros para comprobar quién tiene la testa más grande y dura. En ese esfuerzo adrenalínico desperdician nuestro tiempo y, peor aún, aguijonean nuestros temores. Mientras unos siguen preguntándose por qué, otros seguirán en el por qué no. Toda una estrategia consolidada para hacer política desde el bando del y tú más; eso sí, aderezado por la verborrea del insulto fácil que sabe ya no tanto a calle pero sí a la vocería de los medios que nos colectivizan en la parcialidad de los nuestros. Mientras nos enorgullecemos de nuestro sistema constitucional, paradójicamente aprietan el acelerador de las conspiraciones políticas para convencernos de que el peso del virus se lo encasquetan injustamente al, en este caso, contrincante territorial, jugando así con algo más que la salud; en definitiva, con la mentira y la manipulación.
A pesar de este maremágnum de palabrería pública, en algún momento la cuerda social ya no tendrá más elasticidad para aguantar este tropel de falta de gestión. Nos jugamos demasiado en los próximos meses para seguir haciendo política desde el desprecio y el ataque. Si el respeto por las decisiones democráticas debería ser siempre imprescindible en nuestra elaboración de la crítica, posiblemente nos encontremos en un tiempo donde reforzar esa tolerancia sea el único paso que nos corresponda a todos, a pesar de los porqués que nos acechan diariamente. Será por ello que en esta existencia solamente hay tres cosas que no se pueden tapar: el sol, la luna y la verdad. Las dos primeras siguen dependiendo de ellas mismas sin posibilidad de nuestra acción directa, todo un alivio. La tercera, espera necesitada de nuestra honestidad de pensamiento y nuestro compromiso social.
Decía Aristóteles: “nunca se alcanza la verdad total ni nunca se está totalmente alejado de ella”. Debe ser por eso que parecemos ensimismados en la crispación estéril. Lo malo es que en el andén de esta estación provisional llevamos murmurando demasiado, mientras el tiempo sigue en la emboscada para perder, una vez más, el tren de las oportunidades.
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