LA MERCANCÍA DEL GÉNERO
Ya
lo indicaba mi querida y leída Virginia Woolf cuando ya a principios
del siglo XX, empoderada desde su propia capacidad profesional, se
asombraba de lo difícil que era la aceptación del feminismo en la
sociedad que compartía. De ahí esa hermosa reflexión de que “la
oposición masculina a la independencia femenina es quizá más
interesante que la independencia en sí”.
Al fin y al cabo, y guste
más o menos la reflexión, el problema de la desigualdad ha sido y
sigue siendo una cuestión de género, más allá de diferencias
sexuales, porque ahí radica el concepto social de funciones y
actividades que son convencionalmente atribuidas a cada uno. Y ahí
es donde encontramos el problema, desde la violencia hasta las
oportunidades vitales.
Este es el necesario cambio de comportamientos
estancos tan acordes con las condiciones sociales de cada momento y
tan olvidados de todas las revoluciones.
La
construcción social que se hace en cada época sobre el género ha
sido, precisamente, la asignatura pendiente de esta civilización con
las mujeres del mundo. Y ese concepto es el que ha herido más
gravemente la historia de miles de ellas que han luchado día a día
por tener su habitación propia, como bien reivindicaba mi estimada
Woolf.
Vivimos
una etapa histórica donde han empezado a moverse ciertos pilares que
parecían ya arraigados en el suero de nuestra cultura. Desde el
convencimiento sobre la igualdad entre las razas y culturas, desde la
paridad entre hombres y mujeres, para terminar con el necesario
respeto entre la diversidad de ideas y pensamientos. A pesar de
contar con inmejorables sistemas de comunicación, de tener
mayoritariamente una capacidad básica para leer o escribir, nos
encontramos con un tiempo contaminado de demasiada sobreinformación
y, en algunos casos, con excesivos paradigmas de manipulación
colectiva. También es cierto que día a día hemos ido perdiendo esa
exigencia de saber, de contrastar, de argumentar nuestro propio
pensamiento, algo que necesariamente debería preñar nuestro
compromiso individual para enriquecer esa comunidad invisible que nos
hace tan dependientes de todos y de todo.
Llevamos
demasiado tiempo en este nuevo siglo simplificando lo bueno y lo
malo, con inmoderados estereotipos antiguos que resucitan ciclos
históricos preocupantes desde la realidad de lo que fuimos y de lo
que queremos construir. Debe ser que, de alguna manera, la
inestabilidad social y económica hace resurgir ese miedo tan humano
por un futuro que, por obligación vital, nunca alcanzaremos. Y en
esa turbación, tan propia del ser mortal y efímero que somos, nos
encontramos. Eso sí, bien acompañados por los salvadores de
siempre. Los que siguen prometiendo la seguridad de los tiempos
pasados a costa de torpedear el camino de aquellos y aquellas que
hicieron parte de ese pretérito que recibimos en herencia. Los
turiferarios de este nuevo frentismo hispánico, elevado ya a la
categoría de lo corriente, tan patriotero, nos van a dejar un
barrizal desbordante donde hundiremos nuestros pequeños zapatos,
para luego, después de tener que abandonarlos irremediablemente,
reprocharnos con todo el desparpajo del mundo que vayamos siempre
descalzos.
Son
malos tiempos para el debate y el respeto. Son injustos estos días
para la escucha sosegada del diferente y el contrario. Son
circunstancias difíciles para entonar la armonía de la conciliación
entre tanta diversidad. A pesar de todo, los minutos de esta vida
seguirán pendientes del tic-tac de nuestra respiración bajo el
aliento de todo aquello que nos rodea. Lo peligroso es que en
cualquier momento escucharemos el suspiro del tiempo perdido entre
demasiadas viejas batallas, que de tan nefastas, nos harán volver a
cerrar los ojos y dolernos de otra buena e imprescindible oportunidad
perdida.
Fantástico Sara. Has aondado sutilmente palabra por palabra el texto. Mis felicitaciones por tan buen artículo.
ResponderEliminarUn beso
Gracias querida Gladys por tus palabras y tu apoyo. Besiños!!
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