UNIVERSOS EXCLUYENTES
Decía Albert Einstein que “todo aquello que el hombre ignora, no existe para él. Por eso el universo de cada uno se resume al tamaño de su saber”. Y si hablamos de tamaño, reconozcamos que nos hemos envalentonado en exceso mientras replicamos demasiada habladuría de corrillos sociales. Tras superar el momento de congojo por la tragedia y sus consecuencias, siempre viene el momento de la indignación que parece acallar en algo el desconsuelo tan imperecedero de los afectados. Llevamos una semana congestionados por un pestilente e insufrible estercolero mediático, porque el barro, desgraciadamente, ya se lo han quedado otros. Se evidencia que el universo personal de algunos responsables políticos ha quedado limitado a una absurda cueva donde refugiarse mientras la luz de la realidad salpica a una desfachatada estrategia partidista sin haber terminado siquiera de enterrar a nuestros vecinos. Sufrimos la inoperancia mediática que sigue posponiendo la verdad en un ramillete de inexactitudes deliberadas para poder cebar su necesidad de seguir justificando las maniobras políticas más torticeras, y subestimando, como no, la verdadera capacidad de la ciudadanía para ignorar lo disparatado de todo lo que nos cuestiona. Tanto es así que, con cierta oscuridad, hemos pasado del Estado fallido al fallo del sistema. Una estupenda alegoría para seguir ocultando, cual avestruz, la cabeza estéril y aliviar las propias responsabilidades. Nos podría servir el funcionamiento de los astros para entender que si un planeta se para, todo el sistema sufriría su propia hecatombe. Nuestro país goza de una estructura descentralizada y atendida desde la cercanía en esa diversidad geográfica y climatológica que también nos hace diferentes en nuestra inherente singularidad. Una característica que nos debería dar la posibilidad de entender más universos que los propios y más sabiduría frente a otros. Sin embargo, hemos olvidado demasiado pronto la fidelidad a nosotros mismos a favor de un épico patriotismo que nos lleva otra vez a las fronteras homogéneas del exterior. Más allá de tener que aguantar las soflamas de esa nueva tribu que cambia los datos para asegurar interpretaciones y que deshumaniza difamando para llevarse más cliks, reconozcamos que, por encima de ellos, empezamos a tolerar demasiada mentira en el propio relato político de aquellos que nos representan. Tal vez esta sea la peor de las ignominias en esta patria nuestra, que parece estar siempre en algún despropósito a pesar de evolucionar con cierta esperanza. Y mientras algunos destripan este argumentario, la ciudadanía termina asqueada de tanto improperio. A pesar del espacio que seguimos sacrificando, nos queda el tiempo, ese padre de las verdades que, aunque sea demasiado tarde, pone a cada uno en su sitio, especialmente a quienes descuidaron el suyo. Porque la verdad de los hechos podrá padecer demasiado entre los bandos de quienes retuercen como estrategia para seguir ocultando su falta de destreza, pero nunca perecerá en la realidad del que quiere saber. Y en esa órbita universal empiezan a sobrar los delirios de demasiados ignorantes.
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