UN RIMAR PARA LA TOLERANCIA
Empieza a ser una estúpida costumbre la necesidad de simplificar argumentarios cotidianos para enaltecer idearios de parte, por aquello de seguir hilando madejas de contextos que versionan lo que quieren unos pocos. Hinchamos pecho con la fiesta democrática para atizar contra ella a la primera de cambio y glosar, una vez más, el hit parade para los cabezas de lista correspondientes. Pasamos por el río de la vida a pesar de la enseñanza de Heráclito sobre el imposible baño repetido en el mismo río. Pero casi me quedo con la atribución al siempre contemporáneo Mark Twain sobre nuestra historia que no se repite pero rima. Un verso que hace inflexionar de manera más amable esta estampida vital hacia la polarización del discurso, dejándonos la épica del poder tosco sobre los resultados de las elecciones. Tanto es así que ciertas siglas solamente hablan desde la contundencia de los números para eclipsar a más de la mitad de esa soberanía popular que parece arrastrada a la ira de las redes sociales. Desde los tiempos de aquella consigna tan liberal de disfrutar lo votado, hemos perdido la consideración y las garantías constitucionales en la representatividad respetada del escrutinio que suma y manifiesta. Y a pesar de todos los sesudos y astutos comentarios mediáticos, la realidad es que la línea mágica del rimar aglutina magistralmente el sentir de la ciudadanía. A pesar de la obsesión numérica de los resultados de cualquier cita con las urnas, la historia y su rima sabe de cuestiones mucho más importantes que acumular carretas de votos. Desgraciadamente el esfuerzo colectivo por decidir queda embelesado con la batalla del poder por sí mismo, de tal manera que ese opaco espejo de las redes sociales explosiona con la chulería precisa del bruto de turno, olvidando la dignidad de todos los votos que cuentan y deciden en un estado que se precia de democrático. Parece que no sabemos diferenciar entre la facilidad para gobernar y la legitimidad de las votaciones. Y ese sí que es un gran problema para una sociedad que se las da de íntegra para terminar siendo un tosco cesto de fruta que repartir. Tal vez, como decía Castelao, “la lucha noble y leal de las ideas es lo que asegura el progreso”. Y, desgraciadamente, alguien sigue secando las aguas que acompañan el rimar de nuestro efímero tiempo donde encallará el cesto vacío del retroceso.
Comentarios
Publicar un comentario