UN DEBATE PARA UN TUIT
Ya estamos en una nueva campaña electoral. Y nos han instalado, en algún momento, en ese permanente hartazgo con la dinámica democrática por aquello de la soberanía del pueblo. Nos molesta ese deber de decidir y conjugar las decisiones de todos y todas para este insaciante presente. Una estúpida paradoja que aprieta ese respeto por nuestro sistema político que parece ser despreciado con demasiada ligereza. Reconozcamos que somos ese país siempre inquietante de pasados donde nos cuesta dar un paso sin que aparezcan los zancadilleadores de turno para dejar demasiado polvo que solamente sabe a muletas. Tanto es así que en lugar de utilizar todos los medios comunicativos posibles para ofrecer información completa y verificada sobre cada uno de los hitos que protagonizarán la gestión imprescindible de los próximos años, nos privatizan los debates en condiciones encorsetadas donde en lugar de certificar hechos y propuestas, volvemos al garrotazo dialéctico, siempre vacío de valores imprescindibles.
Pasado el debate del Gish gallop, nos tocará a la ciudadanía respetar nuestra propia consideración para verificar que en 100 minutos se puede mentir con demasiada insistencia y avaricia para armar un discurso que nos demuestra una realidad ya excesivamente constatada. Vivimos en un ruido sociopolítico insoportable al que solamente le faltaba evidenciar que la moderación servía para quedarse de pie y mirar de reojo el minutero de turno. Será, como explica el escritor Jacobo Bergareche, que «para los políticos los debates siempre han sido un instrumento táctico a favor de los partidos y jamás un derecho del ciudadano a conocer mejor sus opciones».
Una flaqueza que se observa desde hace ya bastante tiempo en el discurso diario de nuestro sistema político nacional. Tal vez, como decía Jorge Luis Borges, “la democracia es el abuso de la estadística”. Y no hay más que observar que en lugar de proponer acuerdos sobre cuestiones que afectan a la ciudadanía, en un compromiso para remangarse en esto del hermoso arte de la política, se ofrecen folios firmados que siguen sabiendo a poderes de siglas en lugar de programas ejecutivos que engloben a cada uno de nosotros. Nos guste o no, la ciudadanía prefiere acoplarse al nuevo mundo virtual de las redes sociales para seguir engullendo todo aquello que nos reafirma en nuestras convicciones de la forma que sea. Todo un grotesco paso adelante que la política ha sabido encajar para arruinar el respeto por la verdad y la tolerancia. El camino comienza a alejarnos de las certezas diarias, de los problemas reales y realistas para seguir enmascarando estrategias con el único objetivo de alcanzar el poder, ese mal mayor que sabe más de intereses corporativos que sociales. Mientras tanto, muchos seguirán embelesados en el tuit reconfortante para seguir sonrojando la verdad.
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