PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID
Decía Carl Gustav Jung, pionero de la psicología profunda, que “eres aquello que haces, no lo que dices que harás”. Y puestos a profundizar en lo cotidiano de este devenir que nos rodea, asumamos, no sin una buena dosis de paciencia, que nos bombardean en exceso con futuribles especulativos y menos con certezas presentes.
Todo un anecdotario para ir tapando demasiados hechos concluyentes que siempre acaban engrosando impepinablemente el haber de una sociedad abocada, por mor de ese cortoplacismo vertiginoso de historietas, a desandar excesivas conquistas para que el listo de turno las manosee con su particular sesgo ideológico. Para este estilismo impropio de la crónica social tenemos la imperiosa atalaya de la información diaria, para chequear que esos sesgos se hagan más evidentes y darnos la puntilla de la verdad indiferente.
Arguyen desde el centro del universo que a pesar de la pandemia era imprescindible, casi obligatorio, pasar por unas elecciones autonómicas en una comunidad de la que, por un motivo casi metafísico, nos hacen partícipes a la totalidad de esta patria nuestra que tanto nos alborota cuando más centrados deberíamos estar en esa necesaria recuperación que nos pertenece. Comentan también que, a excepción de quien las convocó, al resto de formaciones les pilló con el paso cambiado y que los resultados serán apabullantes para seguir en la gestión dos años más. Todo un itinerario que al resto de compatriotas que no tenemos la suerte de vivir en la licenciosa megápolis madrileña, nos ha dejado, en el mejor de los casos, con la contemplación de un esperpento al que no le falta ninguno de sus desatinos propios. Y todo ello para que, según las obligadas encuestas electorales de turno, sigan las cosas como están, a excepción de algún caído en combate y alguna que otra careta en el suelo. Nada excepcional si no tuviésemos en cuenta que, como decía Jung, llevamos un mes escuchando demasiados presagios especulativos sobre la gestión en Madrid pero poca ejecución efectiva para la ciudadanía. Realmente la exhibición política que nos han regalado decepciona a cualquiera y el seguidismo de nuestros cronistas mediáticos deja demasiado aletargado el futuro de todos.
Debo reconocer que no siento ninguna serenidad al observar una campaña electoral donde se ha oficializado el dicterio personal para difuminar la necesaria confrontación entre la gestión actual y otras ofertas programáticas. Me gustaría saber si ese es el estilo impostado que hace diferente hasta el tomarse una cerveza. Una novedad para detonar esa psiquis profunda de chulapo del marketing que redirija esa mezcla de sentimientos narcisistas para con el electorado. A los demás nos quedará seguir viendo la canasta y punto de un partido ajeno el próximo martes desde la barrera, aunque reconozcamos que, por lo menos a nuestro estilo, seguiremos con atención, acompañados de los nuestros y de un sencillo zumito de cebada, la fiesta democrática que, en definitiva, esa sí que nos atañe a todos.
Las elecciones de mañana son de Madrid y no de España, lo mismo que ocurrió con las catalanas y el resto de Comunidades Autónomas. Madrid no vale una misa o un pecado.
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