LA PACIENCIA DEL FRACASO

 

Decía Séneca que “una persona inteligente se repone pronto de un fracaso. Un mediocre jamás se recupera de un éxito". Bien lo sabía él, que tuvo que lidiar con la estirpe del senado romano de su época y hacer hasta de doloso tutor justificador de un soberbio Nerón. Y es que la política, eso que tiene su inicio desde lo público, tiene demasiado rédito de tiempo pero pocos cambios de formato. Vivimos una de las situaciones menos medidas y más engañosas que podíamos imaginar. En pocos días nos hemos familiarizado con virus, epidemias, índices RA, confinamientos, actividades esenciales y no esenciales, ERTES, videoconferencias, teletrabajo y, especialmente, muertes por la pandemia. Vamos a concluir el primer mes de esta historia interminable de la COVID-19. Cuatro semanas que recordaremos eternamente con el miedo en el cuerpo, y que como decía Serrat, de vez en cuando la vida te gasta una broma y te despiertas sin saber que pasa…

Y en esa incredulidad azuzada con nuestro miedo vital, recolectamos diariamente el mensaje de lo público, de lo que es, de lo que debería ser y de lo que deberíamos aprovechar. A la ciudadanía nos lo han puesto excesivamente fácil en este confinar nuestro tiempo entre las cuatro paredes que cada uno de nosotros hemos podido atesorar. Hay que reconocer que esta estrategia para escondernos del virus es la única que nos ha quedado de la mano para salvar esta vida que sigue siendo extremadamente frágil en medio de este mundo tan extenso y soberbio. Mientras tanto, otros que por su profesión así les obliga, desbordan toda la energía posible para cuidar a quienes les queda un halo de existencia. De alguna manera, nada volverá a la normalidad anterior. La verdad, nada en nuestra vida es igual de un día para otro. Ni nosotros mismos somos los que fuimos ayer. Algo ganamos o perdemos en cada minuto de este respirar que nos toca. Y a pesar de esta filosofía cotidiana, reordenamos nuestro quehacer desde la responsabilidad de avanzar hacia un tiempo menos perecedero y más mundano. Unos porque superarán la enfermedad, otros porque tendrán que dejar atrás a sus seres queridos desde el silencio solitario, y el resto porque tendremos que enderezar este castillo de naipes en el que se ha convertido nuestra estructura económica. Nada de todo ello será fácil. Tampoco nos tranquilizan aquellos que representan nuestra tragedia desde lo público, eso que nos pertenece y que deberíamos cuidar por ser el eslabón que nos conecta a todos nosotros.

Una vez más, este querido país alienta el enfrentamiento trilero como la única forma de hacer política. Una vez más esta tierra nuestra acecha desde el revanchismo hacia los objetivos partidistas de unos u otros. Y una vez más el mensaje de unidad para aguantar y remontar parece el enemigo a batir ante la adversidad que sufrimos todos. Al final, cada uno intentará doblegar el miedo a partir de quien mejor lo defienda. Ese temor a los futuros inciertos o la pérdida de lo que fuimos, que conquistará el mensaje entre el éxito o el fracaso, necesitará de inteligencia, desechando esa visceralidad tan nuestra.

Nadie puede hablar de la exclusividad de esta tragedia sanitaria que vivimos y viviremos globalmente. La diferencia estará en el discurso de quienes arriman el hombro ante las obligadas soluciones que resulten de la conformidad sobre objetivos comunes, y dejando la pluralidad en las opiniones libres. Ciertamente tenemos la oportunidad de sacar algo bueno de todo esto. Lo citaba Churchill, que “el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”. Y es que la vida sigue siendo ese caminar entre guijarros para buscar nuevos senderos, entre posibilidades de éxito en la esperanza colectiva y, si pudiera ser, abandonando los pobres bulevares de la hostilidad.

Abril, 2020

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