ALGO MÁS QUE PORCENTAJES
Defendía
el padre de la propaganda política, Joseph Goebbels, el incansable
principio de la transposición: "Si no puedes negar las malas
noticias, inventa otras que las distraigan". Algo, por cierto,
de lo que tenemos mucho y todos los días en nuestra agenda de
actualidad. La información verbal siempre ha primado en esta
sociedad. Será por ello que en los útlimos datos sobre la tasa de
lectores nacionales, destaca que el 40% no lee nunca. Y,
personalmente, creo que se corresponde con la realidad y que estamos
guiando a las nuevas generaciones por el mismo camino. Por ello,
también la comprensión lectora es cada vez más difícil y arcaica.
Con este caldo de cultivo es como nos estamos manejando en este
enjambre de dimes y diretes que siguen persiguiendo la realidad de
nuestro país. Cualquiera de nosotros estamos convencidos que viendo
el informativo diario, entre cortinillas de música, imágenes
desbordadas, directos escalofriantes y hasta remitidos publicitarios,
conseguimos la sapiencia total sobre todo aquello que nos rodea, con
esa seguridad tan hispánica de haber entendido lo que es
imprescindible para seguir sacando el mejor resumen de la actualidad
porque, sencillamente, lo valemos.
Hace
ya mucho tiempo que cambiamos nuestra estupenda costumbre de salir
cada mañana y comprar el periódico. Ese papel sin couche que nos
acompañaba mientras uno se dirigía al trabajo o tomaba su primer
café mañanero para comenzar la jornada. Qué tiempos tan
hambrientos de búsqueda de información. Y cuánto hemos cambiado.
Las fuentes informativas diarias son tan variantes y diversas que si
uno quiere informarse de verdad necesita tiempo y constancia para
saber qué demonios pasa a nuestro alrededor. Si la economía
informativa siempre ha tenido el hándicap del espacio, con titulares
más propagandísticos que informantes, con las nuevas tecnologías y
su limitación de caractéres nos llegan frases delirantes de una
misma realidad que, en la mayoría de los casos, oscurece este viejo
camino de la información como garante de nuestra libertad personal
y, por tanto, colectiva. Nos aburre leer artículos extensos, nos
paraliza el pequeño esfuerzo que supone la necesidad de contrastar
opiniones, nos atemoriza tener que descubrir nuestros propios
errores... Y así, solamente sabemos nadar entre inmovilismos que,
una vez más, sólo nos lleva a los mismos escenarios raquíticos de
diálogos y contextos.
Foto: Saramarfer |
Ya
lo decía Goebbels cuando afirmaba que "hay que hacer creer al
pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa
de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes se lo
repitan en todo momento". Y ya saben eso de que una mentira
repetida mil veces se convierte en verdad, una verdad oximorónica
difícil de contrarrestar por la transversalidad que adquiere su
asunción y posterior exposición colectiva... De alguna manera, poco
ha cambiado en las formas actuales. Seguimos siendo observadores
demasiado miopes a todo lo que nos rodea y tomamos el camino fácil
de culpar al primero que nos ponen por delante. Nos preocupa el
estado general, pero no somos capaces de diseccionar nuestra
actualidad para diferenciar lo que funciona de lo que nos perturba de
verdad. Y así andamos entre payasos de farándula barata y
espejismos de soluciones absolutas, precisamente esas que siempre
han conllevado cientos de pasos atrás sobre derechos y deberes
comunitarios. Lo decía Thomas Jefferson, tercer presidente de los
Estados Unidos, "la democracia no es más que el gobierno de las
masas. Donde el 51% de la gente puede lanzar por la borda los
derechos del otro 49%". Y claro, así es la democracia, entre la
hermosa y seria elección personal para validar la decisión entre
todos. Y en eso también tenemos que aprender, porque elegir también
significa evaluar y comparar, no sea que nos pillen entretenidos y
nos metan la papeleta equivocada en el bolsillo sin darnos cuenta.
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