LA MANADA ENTRE LA NIEBLA
Durante
esta semana hemos celebrado, a pesar de la invisibilidad de los
medios, el día mundial de la filosofía. Una pena que no nos
sirviera para darle una oportunidad al pensamiento y su estructura.
Ese mismo día saltaba a la opinión pública la crónica del juicio
a cinco hombres apodados "La manada" por la supuesta
violación de una mujer en los Sanfermines de hace dos años. Y
nuevamente, la indignación por el desarrollo de estos juicios nos
desvelan ciertos estereotipos sobre la condición social de nosotras,
ese lado sexual de la humanidad. No hace falta reprochar que una
buena parte de la ciudadanía ha puesto el límite al sutil machismo
que todavía es capaz de filtrarse en reportajes y analistas de la
crónica judicial. Pero, ciertamente, deberíamos reconocer que es el
resultado de un inmovilismo depredador sobre la mujer en la sociedad.
Decía Monique Wittig que "las mujeres aunque extremadamente
visibles como seres sexuales, permanecen invisibles como seres
sociales". Es precisamente en este concepto de visibilidad donde
comienza nuestro pozo sin fondo. Todo lo que tiene que ver con la
mujer siempre se relaciona desde su condición sexual. Podrás ser
una gran empresaria, pero se destacará tu forma de vestir; podrás
tener el reconocimiento en tu tarea profesional, pero siempre te
preguntarán sobre tu familia y tu capacidad para conciliar con ella;
podrás ser ama de casa, pero siempre te preguntarán sobre el
mantenedor principal de la economía familiar. Y a pesar de todo
esto, sigue en pie una actitud en contra de las teorías feministas y
de las reivindicaciones sociales, tan necesarias para evolucionar
sobre estos roles que nos martirizan día a día desde la condición
de mujeres. Pocos de nosotros reconocemos la historia de la filosofía
a partir de pensadoras. Se encumbra a hombres como Rousseau, tan
interesante en la teoría politica pero tan cojo en la igualdad entre
hombres y mujeres. En verdad, parte de la culpa de ese pensamiento,
del que no solo pecó Rousseau, la tiene mi querido Aristóteles con
su problema de la voluntad de la mujer sometida. Todo esto forma
parte de nuestro pensamiento, pero es triste reconocer que a día de
hoy poco sabemos del pensamiento de sus contemporáneas. Se sigue sin
saber el razonamiento de la otra parte de la civilización,
silenciando a Hiparquia de Maronea o Hipatia. Una pena perderse el
pensamiento de Olimpe de Gougues o Sophya de Grouche, representativas
y contemporáneas con el autor del Emilio, y que supusieron la
entrada de la mujer como tal en la declaración de los derechos de
los ciudadanos libres.
Evidentemente,
con estas disecciones al saber universal ha sido fácil continuar con
una forma de entender a la mujer dentro de la sociedad desde ese
prisma que llega hasta nuestros días, poniendo siempre en duda el
papel de la víctima cuando se trata de una mujer. Tener que escuchar
que se investigue por parte de un detective la vida de una mujer
presuntamente violada y que forme parte de la causa a juzgar,
delimita nuestro sentido jurídico de la realidad. Pero todo sea por
las garantías en el estado de derecho. Otra cosa es admitir como
normal el uso de la mujer para convertir el sexo en algo efímero en
un portal y unos minutos de tiempo. Otra cosa es cosificar a la mujer
en su uso y su abandono. Nadie debería estar contento con estas
actitudes ni debería jutificar este funcionamiento animalista de
nosotros mismos. Nadie debería poner en duda que las personas no se
usan. Flaco favor le hacemos al futuro de nuestra sociedad si
seguimos poniendo en duda el valor ético de nuestro comportamiento
con los demás. Me quedo con esto. Ni siquiera quiero entrar en el
consentimiento o no de la víctima para defender el comportamiento
grotesto de los acusados. Nos alarmamos con el dramático aumento de
la violencia de género, pero seguimos dejando los rescoldos de
nuestro brutismo social.
Nos
queda un bosque demasiado lleno de manadas y con pocas luces para
diferenciar los pocos aciertos de nuestra convivencia. Y como
siempre, sigue siendo idelogía sustentada por un sistema social que
todavía enaltece esta diferenciación entre los mismos. Ya decía
Virginia Wolf "me atrevería a aventurar que Anónimo, que
tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer".
Pues a pesar del tiempo y el espacio, seguimos en ello, entre la
niebla y con muchos lobos.
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