JACQUES EL FATALISTA
Cuenta
el enciclopedista francés Denis Diderot en su Jacques el fatalista,
que "por grande que fuera la miseria de la gente pobre, sin
tener pan para ellos, todos tenían un perro porque todos queremos
mandar sobre otro". Así concluía nuestro pensador del siglo
XVIII, jugando siempre entre la razón y la sensibilidad, para
recorrer el camino hacia los descubrimientos del cómo de las cosas.
En la actualidad parece que nos encontramos en un cruce de caminos
donde nos explicamos muchos porqués sin detenernos a evaluar esos
cómos, esas formas que nos llenan tantos y tantos titulares diarios,
sin precipitar nuestra curiosidad hacia el fondo. Este país, tan
cercano siempre a los buenos puentes de descanso semanal, nos deleita
con informaciones variopintas que buscan también su asueto
vacacional para quedar olvidadas en el desdichado lunes con la vuelta
a la normalidad. Demasiado tendremos que preocuparnos para regresar
al trabajo, al horario machacón de cada día, para recordar qué
pasó en esas deseadas jornadas de olvidos y para su olvido.
Poco
nos inquietará que una de las piezas en la cúpula del PP hubiera
utilizado los servicios de alcantarillado para saber de las propias
corruptelas de su organización. Ni tampoco escudriñaremos
categóricamente cómo han quedado de convincentes las diversas
acusaciones hacia los políticos catalanes encarcelados a propósito
de aquello que ya se nos queda viejo como el procés. Seguirá, sin
más, este recién estrenado noviembre, último mes donde nos ofrece
presentes esta madre tierra que tanto abandonamos. Desviarán nuestra
preocupación las inminentes navidades que ya nos meten entre ojo y
ojo en los comercios y la publicidad. Y seguiremos olvidando este
maltrecho país sin preocuparnos del cómo de los acontecimientos,
una buena forma de pillarnos siempre desprevenidos.
Ya
lo decía Joubert, que "la justicia es la verdad en acción",
y desgraciadamente nos encontramos excesivamente alejados de este
principio. Nos han hecho un hondo boquete en la línea de flotación
para poder seguir navegando entre los principios de los actos y sus
consecuencias. Nos advierten de antemano qué es justicia, y para lo
contrario nos avivan la desconfianza con más madera para la
sospecha. Todo un manual de propaganda para seguir disimulando sobre
lo correcto y lo errado.
Si
en los años de Diderot todo se centraba en el conflicto para
descubrir certezas sobre lo que nos rodea, nuestra época se basa en
encontrar las evidencias a partir de los conflictos de parte. Nadie
entona disculpas para emprender su retiro personal y dejar progresar
nuevas etapas. El fracaso y la corrupción siguen de la mano de
aquellos que empoderan sus ideas para seguir arrastrando todo lo
necesario a su paso. Será que Jacques el fatalista, que casi se
dibuja como discípulo de nuestro rocambolesco Quijote, tenía razón
cuando afirmaba que "el pueblo está ávido de espectáculos y
acude a ellos porque se divierte cuando los disfruta y se divierte
también cuando los cuenta a su regreso".
El
problema es que aquí los que se divierten son los ejecutores y
correligionarios, quedando en la plaza el silencio de los perros.
Noviembre 2018
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