UNA PUERTA PARA MARCHAR
En
este habitual frasear de cada semana, destaca en mi búsqueda una
sentencia vital que me ha gustado: “que no exista una razón para
quedarse es una buena razón para marcharse". Una abstracción
de lo que nos rodea para valorar de verdad todo aquello que nos
seguiría importando en la vivencia diaria que, a veces, tanto
aprieta. Ahora que se lleva tanto eso de mantenerse impertérritos
ante lo que nos venga encima, me desalienta pensar que ese
inmovilismo moderno puede ser la peor de nuestras faltas. Mismo
parece que podemos escuchar y dejarnos embelesar por todo y por todos
para que, al final, alguien nos diga cómo seguir especulando. Será
cierto aquello que narra nuestro novelista Pérez Reverte en La pica
en Flandes, que "ser lúcido y español aparejó gran amargura y
poca esperanza".
Este
atrevimiento literario podría ser el resumen histórico de lo que
llevamos guardando en el baúl de nuestro pasado, el que abrimos de
vez en cuando para seguir amarrando este sinfín de espacios en
blanco que parece que necesitamos que escriban por nosotros.
En
este mirar de reojo lo que dio de sí esta semana, me sigue
provocando una amarga desazón el tratamiento de asuntos
trascendentales que estamos dejando en manos de aquellos que tienen
que solucionar situaciones y problemas, para continuar,
indefectiblemente, en esta concordia tensa que tanto nos ha
caracterizado como nación. Me chirría la frase de Hermann Hess, el
novelista solitario de la estepa, cuando aseguraba que "lo más
triste del pueblo español es su propensión a ser manipulado por los
poderosos". Porque, en definitiva, como bien relata en su lobo
estepario, alcanzando el límite de lo soportable, no habrá más
que abrir la puerta y estar fuera. Y ciertamente, hay días que uno
podría decir que se encuentra cerca de esa divisoria cercana a la
indignación para recurrir a aquello de "piés para que os
quiero". Se nos hace difícil la convivencia a pesar de
alardear de democracia y respeto por aquellos que piensan diferente.
Se
nos descubre un engorroso jugar a las decisiones mayoritarias y la
tolerancia con los acuerdos entre minorías. Recreamos los números
para herir los pensamientos que alcanzan alianzas. Y así tenemos el
panorama, donde armonizar posiciones significa casi una derrota de
algún mal llamado bando, y volvemos a la casilla de salida. No se si
seremos más proclives a la manipulación, pero, en cierta manera,
siempre nos hemos creído ese invento poderoso del patriotismo de
clase, que muchos utilizan para apenarse hasta de los políticos
condenados por llevarse algunas "perrillas" de más.
Mientras tanto, entre los que se quieren ir y los que quieren
quedarse en submundos inciertos, la mayoría seguimos enquistando
este sentimiento de hastío mediocre para tiempos más inciertos, si
cabe. Decía René Descartes que "dos cosas contribuyen a
avanzar: ir más deprisa que los otros o ir por el buen camino".
Posiblemente seamos de los de ir deprisa. Lo malo es saber si
marchamos por la virtuosa y justa vereda que nos reencuentre con
nuestro presente y, si puede ser, que el último no cierre la puerta.
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