LA ETIQUETA DEL INSULTO
Llevamos demasiado tiempo con esa táctica febril del y tú más en el ámbito común donde nos deberíamos condicionar todos a su desprecio. En un principio nos acostumbramos a ese feedback televisivo donde la mordacidad de los contertulios se aplaudía a partir del señalamiento personal hacia el mensaje contrario. Así se alejaba el razonamiento y la confrontación de ideas y posiciones aniquilando la posibilidad de nuevas propuestas que confluyeran socialmente. Se hizo demasiado popular la cita en el debate semanal, aupando el encontronazo furibundo entre posicionadores profesionales donde la tendencia era la afrenta o el descrédito físico del otro. Una artimaña donde solamente ganaba el nivel de audiencia, por aquello de pasar al bloque de publicidad.
A consecuencia de esta mala retórica mediática, reconozcamos que esa sutileza estratégica donde ya no se diferencia la opinión del insulto ha tomado el mando de eso que siempre defendemos como la opinión pública. Posiblemente, de entre toda esta telaraña reivindicativa oculta entre sus hilos encontremos el mayor error social y público que nos rodea. Demasiados axiomas sobre los criterios colectivos para apostillar en la opinión individual de unos cuantos o en los estereotipos políticos de unas cuantas camarillas de parte.
Promover la opinión social queda enmarañada, una vez más, en el propósito de mantener el mensaje como único e inequívoco y presentarlo así mismo como el unánime explicativo de la mayoría. Nada que ver con el pensamiento crítico individual, que suma y enriquece el saber generacional de una sociedad libre y democrática. Lo contradictorio en este presente tan autista de sí mismo es justificar el empoderamiento del insulto como argumento y terminar prescribiendo una cicuta irracional como solución al veneno de la incoherencia, veneno contra veneno. Eso sí, a continuación estiran la etiqueta moderada para pedir explicaciones a pesar de la sordera argumental en esta desoladora estrategia comunicativa.
Decía Sócrates que “cuando el debate se pierde, el insulto se convierte en el arma del perdedor”. Una afirmación que llevamos presenciando demasiado tiempo en eso que llamamos el debate oficial, un debate que, al fin y al cabo, queda señalado por adeptos de parte que se escabullen entre el sentir de la inmensa mayoría de nosotros para dejarnos en un sin sabor que nos impide crecer como sociedad. Tal vez, la única posibilidad de sobrepasar esta declinación constante se encuentre en el propio maestro de Platón con su triple filtro anclado en la verdad, la bondad y la utilidad. Sin este tamiz imprescindible, poco o nada nos debería interesar tanto argumentario vacío para poder seguir respetándonos como sociedad.
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