EL PRELUDIO DE LA HISTORIA

 

Decía Albert Camus, en su imprescindible novela sobre el absurdo de la existencia y el valor humano ante la tragedia, que “una guerra es demasiado estúpida pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre”. Y, ciertamente, los preludios a demasiados conflictos bélicos han carecido siempre de esfuerzo y valor humano para dejarse llevar por el simbolismo patrio y la entraña vengativa de la respuesta y el ataque. Llevamos ya muchos meses observando el dolor que desmenuza las líneas de separación entre la defensa y el genocidio. Nos reportan el trabajo diplomático que, desgraciadamente, no aporta las consecuencias preventivas sobre escaladas que siempre declinan el paso atrás. Y aplicamos el pensamiento del teatro épico de Brecht sobre mirar hacia otro lado mientras a nosotros nos dejen en paz. Un compendio estúpido que reitera el proceso histórico de nuestra humanidad, el de volver, una y otra vez, a solucionar los conflictos a partir de la potencia armamentística sin reparar en la muerte y la destrucción. Una vez más el protocolo de los bandos reafirmará la solución desde el enfrentamiento, a pesar de dejar sin dientes a la población, esa gran mayoría que siempre se queda en el  medio, cuando no en el frente, dejando en la cuneta la vida de los más frágiles. Nuevamente, el posicionamiento de parte contará con la osadía ilimitada de quienes argumentan a partir de sus propios intereses ideológicos para seguir confrontando la insuperable capacidad de desgaste y arrastrar a las masas sin cara ni nombre. Toda una característica para esta estirpe mundial que entona demasiados discursos mientras decae el estímulo pacífico. Un motivo más para desacreditar el mensaje mediatizado donde entonar el mea culpa en esta incesante polarización del mensaje político, cada día más desfondado de criterios y responsabilidad.

Seguimos engendrando un tiempo intrépido con su historia, donde cualquier situación nos parece posible a pesar de tantos organismos internacionales que vigilan y alertan pero que tropiezan con el mismo preludio histórico que ya conocemos. Como recuerda la simbólica peste, las guerras no pueden durar, son demasiado estúpidas. Lo nocivo para todos es que la estulticia de ellos empieza a ser la mejor arma de nuestra insolidaridad.


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