UN ROSTRO AMABLE POR NAVIDAD
Decía Leon Tolstói, en su “Guerra y Paz”, que “no hay grandeza donde falta la sencillez, la bondad y la verdad”. Grandes virtudes para acercarlas en este tiempo que, aunque sea una vez al año, nos deja esa oportunidad para la reflexión más acunada de esperanza. Es difícil perseguir cierta serenidad con este estercolero en el que se ha convertido la inmediata actualidad que tanto nos repliega a la exageración, a la hipérbole como bandera. Poca sencillez argumental, donde se apuesta más por la conspiración y el complot de los supuestos enemigos de la patria con el afán de vendernos la mayor de las conjuras de todos los tiempos. Una sutil manera de ganar adeptos sin necesidad de apostar por la certeza de la propuesta y la solución, por aquello del bien común y comunitario. Un terreno que ganaría calidad frente a la desinformación y la falta de verdad que desangran lo más preciado de una sociedad sana como es la confianza en la fidelidad técnica de los hechos y que abrazan al primer fulero capaz de enturbiar otra de las imprescindibles acciones sociales como es la solidaridad y el respeto entre diferentes. Y a pesar de encontrarnos con la dificultad de entender muchas de las tragedias que vamos dejando atrás en este año que empieza a descontar su final, parece que el ruido histriónico y mediático, que olvida en ocasiones los contextos, agoniza en su propia falta de respuestas. Algo sigue chirriando en esta actualidad tan estorbada de certezas y tan descuidada de equidistancia. Y, lo entendamos o no, esta frágil praxis social nos seguirá dejando el agrio sentimiento de abandono.
Finalmente, reconozcamos que ya hace demasiado tiempo que hemos olvidado esa necesaria bondad de pensamiento y acción que nos había salvado de excesos grotescos y de delirios históricos. Hemos accedido al estilo matón, deshumanizando al contrincante como la mejor de las estrategias y envalentonando a los más descuidados de equilibrio y racionalidad.
Mejor o peor, llegamos un año más a esos últimos días que nos dejan una oportunidad para el reposo, con posibilidades de enmendar palabras y gestos personales para regresar al rostro amable de la tolerancia y el diálogo. Tan solo nos serviría entonar el epinicio del respeto mutuo y compartido. Será una vez más la magia que siempre rodea la Navidad y esta manía de dejarse embaucar por la candidez de la esperanza.
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